martes, 17 de septiembre de 2019

Joyas literarias XXV

A continuación incluyo un penúltimo fragmento del poema épico La Eneída de Virgilio, en donde se narran las asombrosas aventuras y desventuras del troyano Eneas, desde su huida de su ciudad natal hasta su llegada a Italia y la posterior fundación de la ciudad de Alba Longa origen de Roma, pasando por su trágico romance con Dido, la reina de Cartago, que sería el origen mítico de la enemistad de ambas ciudades:

"Apenas pronunció estas palabras el anciano, retumbó de repente a nuestra izquierda el estampido de un trueno y recorrió el espacio, deslizándose del cielo, en medio de las tinieblas, una luminosa estrella. Después de resbalar por la cima de nuestro palacio, vímosle esconder sus fulgores en las selvas del monte Ida, señalándonos el camino, que habíamos de seguir; brilló entonces detrás de ella un largo rastro de luz y un fuerte olor de azufre se extendió por todos los sitios circunvecinos. Vencido mi padre por aquellas señales, se levanta, invoca a los dioses y adora la santa estrella. 
-Pronto, pronto; exclama; no haya detención, ya os sigo y voy adonde queráis llevarme. ¡Oh patrios dioses, conservad mi linaje, conservad a mi nieto! Vuestro es este agüero, por vuestro numen subsiste Troya. Cedo, pues, hijo mío, y no me opongo ya a acompañarte.
Dijo, y ya percibíamos más claramente el chirrido de las llamas en las murallas, ya nos llegaban más de cerca las ardientes bocanadas del incendio.
-Pronto, querido padre; le dije; súbete sobre mi cuello, yo te llevaré en mis hombros, y esta carga no me será pesada, suceda lo que suceda, común será el peligro, común la salvación para ambos. Mi tierno Iulo vendrá conmigo y mi esposa seguirá de lejos nuestros pasos. Vosotros mis criados, advertid bien esto que voy a deciros. A la salida de la ciudad hay sobre un cerro un antiguo templo de Ceres, ya abandonado, y junto a él un añoso ciprés, que la devoción de nuestros mayores ha conservado por muchos años, allí nos dirigiremos todos, yendo cada cuál por su lado. Tú, padre mío, lleva en tus manos los objetos sagrados y nuestros patrios penates, a mí que salgo de tan recias lides y de tan recientes matanzas, no me es lícito tocarlos hasta purificarme en las corrientes aguas de un río...
Dicho esto, me cubro los anchos hombros y el cuello con la piel de un rojo león, y me bajo para cargar con mi padre; el pequeño Iulo ase mi diestra y sigue a su padre con desiguales pasos; detrás viene mi esposa. Así cruzamos las oscuras calles, y a mí, que poco antes arrostraba impávido los de los Griegos y sus apiñadas huestes, me espanta ahora el menor soplo de viento; cualquier ruido me hace estremecer; apenas acierto a respirar, temblando igualmente por los que van conmigo y por la carga que llevo sobre mis hombros.
Próximo ya a la puerta, y cuando me figuraba haber salvado todos los peligros, pareciome oír un ruido como de muchas pisadas; entonces mi padre, tendiendo la vista por las sombras.
-¡Huye!; exclama; ¡Huye, hijo mío! Por allí se acercan, ya diviso los relucientes broqueles, ya veo centellear las espadas. "
Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creo en la libertad de expresión, pero también en la buena educación, si tu mensaje no se atiene a estos dos principios, será eliminado. Gracias.