lunes, 30 de septiembre de 2019

Joyas literarias XXVII

A continuación incluyo un poema del más que recomendable libro Cuaderno de Nueva York del gran poeta contemporáneo José Hierro:

"Sólo materia de sombras,
criaturas de la noche,
nubes espectrales, seres
dolorosamente informes,

visiones o pesadillas
llegadas no sé de dónde,
ráfagas resucitadas
que fueron mujeres y hombres,

que tuvieron carne y sueños
donde anidaban los soles
y ahora son sólo penumbra,
ríos de negros acordes,

tristezas desenterradas,
pesadillas o visiones,
llamando siempre a la puerta
de quienes no los conocen."

domingo, 29 de septiembre de 2019

LXXX En algún lugar más allá del arco iris

Sueños, delirios y fantasías,
corren por mis venas,
quitándome las penas,
que me traen los días,
a veces estas son mías,
otras de almas ajenas,
que comparten sus obras amenas,
con aventuras que ni imaginarías,
así es el arte de la escritura,
así es el arte de la lectura,
mitades ambas de la literatura,
que de vida me inundan,
de belleza me circundan,
y mi alma fecundan.

sábado, 28 de septiembre de 2019

LXXIX Siria.













Nombres malditos hay en este mundo,
de caos siempre rotundo,
que nadie quiere pronunciar,
para su desgracia no anunciar,
ese es un defecto profundo,
de ese ser tan inmundo,
al que le gusta alardear,
de lo recto de su caminar,
más cuan imperfecto este es,
pues anda del revés,
debiendo no ignorar la pena,
correspondiéndole combatir la condena,
de este pueblo hermano que no ves,
pero que acarrea plena.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Joyas literarias XXVI

A continuación incluyo un último fragmento del poema épico La Eneída de Virgilio, en donde se narran las asombrosas aventuras y desventuras del troyano Eneas, desde su huida de su ciudad natal hasta su llegada a Italia y la posterior fundación de la ciudad de Alba Longa origen de Roma, pasando por su trágico romance con Dido, la reina de Cartago, que sería el origen mítico de la histórica enemistad de ambas ciudades:

"En esto, no sé cuál numen adverso ofuscó mi confusa razón, dejándome sin sentido; porque mientras corro de aquí para allí sin dirección fija por sitios extraviados, ya fuese que me la arrebatasen los hados, ya por haber perdido el camino, ya rendida del cansancio, mi Creúsa, ¡Ay! mi infeliz esposa se nos quedó atrás, y desde entonces no la he vuelto a ver; ni siquiera advertí su pérdida ni reflexioné en ella hasta que llegamos al cerro y al sagrado templo de Ceres; reunidos allí todos, en fin, la echamos de menos; ella sola faltaba a sus compañeros de fuga, a su hijo, a su esposo. Fuera de mí, ¿A cuál de los dioses o de los hombres no acusé entonces? ¿Cuál trance más cruel había visto en la asolada ciudad? Confío a mis compañeros la custodia de Ascanio, de mi padre Anquises y de los penates teucros, a quienes dejo escondidos en lo más hondo del valle, y ciñendo mis fulgentes armas, vuelvo a la ciudad, decidido a correr de nuevo todos los azares, a recorrer toda Troya y a ofrecer por segunda vez mi cabeza a todos los peligros. Vuelvo primeramente a las murallas y a los oscuros umbrales de la puerta por donde habíamos salido, y siguiendo a la escasa claridad de la noche las huellas de nuestras pisadas, registro todos los contornos. Todo es horror, un silencio universal aterra el corazón. 
De allí me dirijo a nuestra morada por si acaso ha dirigido allí su planta. Los Griegos la habían asaltado y la ocupaban toda entera; un voraz incendio, atizado por el viento, la envolvía hasta los tejados, coronados por las llamas, que furiosas se alzaban al firmamento. Sigo adelante y vuelvo a ver el palacio de Príamo y el alcázar; en los desiertos pórticos del templo de Juno, Fénix y el cruel Ulises, elegidos para custodiar el botín, velaban sobre él. Vense allí hacinados por todas partes los tesoros de Troya, arrebatados a los santuarios incendiados, las mesas de los dioses, macizas copas de oro, vestiduras y despojos de cautivos; alrededor se extienden en larga hilera los niños y las despavoridas madres... Aventureme, no obstante, a gritar en la sombra, llenando las calles con mis clamores, y en vano con doloridas voces repetí una y cien veces el nombre de Creúsa. Mientras así clamaba en mi delirio, recorriendo inútilmente todas las casas, apareciose ante mis ojos, cual un fantasma colosal, la triste sombra de Creúsa. Quedeme extático, mis cabellos se erizaron y la voz se me pegó a la garganta; entonces me dirigió estas palabras, desvaneciendo con ellas mis afanes: -¿Por qué te entregas a ese insensato dolor, dulce esposo mío? Dispuesto estaba por la voluntad de los dioses lo que hoy nos sucede; ellos no quieren que te lleves de Troya a Creúsa por compañera; no lo consiente el Soberano del supremo Olimpo. Largos destierros te están destinados y largas navegaciones por el vasto mar; llegarás en fin, a la región Hesperia, donde el lidio Tíber fluye con mansa corriente entre fértiles campiñas, pobladas de fuertes varones. Allí te están prevenidos prósperos sucesos, un reino y una regia consorte; no llores más a tu amada Creúsa. No veré yo las soberbias moradas de los Mirmidones y de los Dólopes, no iré a servir a las matronas griegas, yo, del linaje de Dárdano y nuera de la diosa Venus; antes bien me retiene en estas playas la gran madre de los dioses. Adiós, pues, y guarda en tu corazón el amor de nuestro hijo.
Dicho esto, dejome anegado en lágrimas, pugnando en vano por responderle las mil cosas que se agolpaban a mi mente, y se desvaneció en el aura leve. 
Tres veces fui a echarle los brazos al cuello, y tres veces su imagen, vanamente asida, se deslizó de entre mis manos, como un viento sutil, como un fugaz ensueño. Pasada así, en fin, la noche, volví a reunirme con mis compañeros.
Allí vi que se les habían agregado otros muchos, admirándome de que su número fuese tan grande; allí había matronas, guerreros, niños, muchedumbre infeliz congregada para el destierro. De todas partes habían acudido a igual punto, trayendo consigo sus ajuares y aparejados a seguirme por mar a cualesquiera regiones adonde me placiera llevarlos. Ya en esto el lucero de la mañana se alzaba por cima de las altas cumbres del Ida, trayendo el día; los Griegos ocupaban las puertas de Troya; ninguna esperanza de socorrerla nos quedaba ya. Cedí, pues a la suerte, y levantando en hombros a mi padre, me encaminé al monte."

martes, 17 de septiembre de 2019

Joyas literarias XXV

A continuación incluyo un penúltimo fragmento del poema épico La Eneída de Virgilio, en donde se narran las asombrosas aventuras y desventuras del troyano Eneas, desde su huida de su ciudad natal hasta su llegada a Italia y la posterior fundación de la ciudad de Alba Longa origen de Roma, pasando por su trágico romance con Dido, la reina de Cartago, que sería el origen mítico de la enemistad de ambas ciudades:

"Apenas pronunció estas palabras el anciano, retumbó de repente a nuestra izquierda el estampido de un trueno y recorrió el espacio, deslizándose del cielo, en medio de las tinieblas, una luminosa estrella. Después de resbalar por la cima de nuestro palacio, vímosle esconder sus fulgores en las selvas del monte Ida, señalándonos el camino, que habíamos de seguir; brilló entonces detrás de ella un largo rastro de luz y un fuerte olor de azufre se extendió por todos los sitios circunvecinos. Vencido mi padre por aquellas señales, se levanta, invoca a los dioses y adora la santa estrella. 
-Pronto, pronto; exclama; no haya detención, ya os sigo y voy adonde queráis llevarme. ¡Oh patrios dioses, conservad mi linaje, conservad a mi nieto! Vuestro es este agüero, por vuestro numen subsiste Troya. Cedo, pues, hijo mío, y no me opongo ya a acompañarte.
Dijo, y ya percibíamos más claramente el chirrido de las llamas en las murallas, ya nos llegaban más de cerca las ardientes bocanadas del incendio.
-Pronto, querido padre; le dije; súbete sobre mi cuello, yo te llevaré en mis hombros, y esta carga no me será pesada, suceda lo que suceda, común será el peligro, común la salvación para ambos. Mi tierno Iulo vendrá conmigo y mi esposa seguirá de lejos nuestros pasos. Vosotros mis criados, advertid bien esto que voy a deciros. A la salida de la ciudad hay sobre un cerro un antiguo templo de Ceres, ya abandonado, y junto a él un añoso ciprés, que la devoción de nuestros mayores ha conservado por muchos años, allí nos dirigiremos todos, yendo cada cuál por su lado. Tú, padre mío, lleva en tus manos los objetos sagrados y nuestros patrios penates, a mí que salgo de tan recias lides y de tan recientes matanzas, no me es lícito tocarlos hasta purificarme en las corrientes aguas de un río...
Dicho esto, me cubro los anchos hombros y el cuello con la piel de un rojo león, y me bajo para cargar con mi padre; el pequeño Iulo ase mi diestra y sigue a su padre con desiguales pasos; detrás viene mi esposa. Así cruzamos las oscuras calles, y a mí, que poco antes arrostraba impávido los de los Griegos y sus apiñadas huestes, me espanta ahora el menor soplo de viento; cualquier ruido me hace estremecer; apenas acierto a respirar, temblando igualmente por los que van conmigo y por la carga que llevo sobre mis hombros.
Próximo ya a la puerta, y cuando me figuraba haber salvado todos los peligros, pareciome oír un ruido como de muchas pisadas; entonces mi padre, tendiendo la vista por las sombras.
-¡Huye!; exclama; ¡Huye, hijo mío! Por allí se acercan, ya diviso los relucientes broqueles, ya veo centellear las espadas. "
Continuará...

miércoles, 11 de septiembre de 2019

LXXVIII Honorable guerrera


Michiko Miyazaki una singular guerrera era,
pues lo mismo meros saqueadores combatió,
tan humanos y mortales como ella misma,
como criaturas nacidas en el folclore y fantasía.

La violencia no quería ella a su vera,
es por eso que siempre que pudo la evitó,
esta mujer hermosa y llena de carisma,
cual la flor de cerezo cuando llega su día.

Michiko Miyazaki traía la justicia a donde fuera,
aunque a veces esto mucho le costó,
como aquella vez en la marisma,
que su infortunio la enfrentaría,
a un hombre al que amaba por entera,
pero que con su katana a sus vilezas un fin le dio.

martes, 10 de septiembre de 2019

LXXVII Disminuid y dividíos
















Creced y multiplicaos;
y ellos crecieron y crecieron,
hasta que su número trajo el caos,
y el lamento de la Tierra desoyeron,
parad ya de multiplicaos, 
pero enseñoreados de ella se sintieron,
pues habían dominado a los peces del mar,
pues habían dominado a las aves del cielo,
y a toda criatura que se movía sobre el suelo,
abusando sin parar de su hogar,
maltratando a su prójimo sin ningún duelo,
pues sentían que podían reinar,
sin en el mañana siquiera pensar,
hasta que ni ellos quedaron en mar, suelo o vuelo.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Joyas literarias XXIV

A continuación incluyo un noveno fragmento de La Eneída de Virgilio, el poema épico donde se narran las asombrosas aventuras y desventuras del troyano Eneas, desde su huida de su ciudad natal hasta su llegada a Italia y la posterior fundación de la ciudad de Roma, pasando por su trágico romance con Dido, la reina de Cartago, que sería el origen mítico de la enemistad de ambas ciudades:

"Entonces vi a todo Ilión ardiendo en vivas llamas, y revuelta hasta sus cimientos la ciudad de Neptuno, semejante al añoso roble de las altas cumbres, cuando, serrado ya por el pie, pugnan los labradores por derribarle a fuerza de hachazos; álzase todavía amenazante, y trémula en la sacudida copa, se cimbrea su pomposa cabellera; vencida poco a poco, al fin, con repetidos golpes, lanza un postrer gemido y se precipita, arrastrando sus ruinas por las laderas.
Bajo entonces a la ciudad, y guiado por un numen, me abro paso por entre las llamas y los enemigos; delante de mí se apartan los dardos y retroceden las llamas. 
Llegado que hube a los umbrales de la morada paterna, antiguo solar de mis mayores, mi padre, que era el primero a quien yo me proponía llevarme a los altos montes vecinos, y el primero a quien buscaba, se resiste a prolongar su vida después de la destrucción de Troya y a sufrir el destierro.
-Huíd vosotros; exclama; que aun tenéis todo el vigor de la sangre juvenil, y cuyas fuerzas se conservan enteras; huíd vosotros... Por lo que a mí toca, si los dioses quisieran que prolongase mi vida, me hubieran conservado estas moradas; basta y sobra para mí haber presenciado tantos estragos y sobrevivido a la toma de mi ciudad nativa. Dejadme aquí morir y decidme el último adiós; yo mismo sabré darme la muerte con mi propia mano. El enemigo se compadecerá de mí y buscará mis despojos; poco me importa quedar insepulto. Harto tiempo hace ya que odioso a las deidades, arrastro una inútil ancianidad, desde que el padre de los dioses y rey de los hombres sopló en mí con los vientos de su rayo y me tocó con su fuego.
Abstraído en estos recuerdos, mientras nosotros, todos bañados en lágrimas, mi esposa Creúsa, Ascanio y la servidumbre entera, le suplicamos que no nos haga perderlo todo por su causa, ni quiera agravar el peso de nuestro acerbo destino; pero él se niega, y persevera aferrado en su propósito de no moverse de aquellos sitios. Desesperado, lánzome una segunda vez a la pelea, y anhelo la muerte; porque ¿Qué otro arbitrio, qué otro recurso me quedaba?
-¿Y pudiste esperar, ¡oh padre!, exclamé, que huyera, abandonándote? ¿Tan impías palabras pudieron salir de la boca de un padre? Si es voluntad de los dioses que nada quede de una ciudad tan poderosa, y estás decidido a añadir a la perdición de Troya tu perdición y la de los tuyos, abierta tienes la puerta para que perezcamos todos; ahí tienes a Pirro, que sabe inmolar al hijo entre los ojos de su padre, y al padre al pie de los altares. ¿Para esto, ¡Oh divina madre mía!, me libertaste de los dardos y de las llamas, para que viese al enemigo en el corazón de mis hogares, y a Ascanio y a mi padre y a Creúsa con ellos sacrificados en una común matanza? Traedme, escuderos, traedme mis armas; la postrera luz llama a los vencidos. ¡Restituidme a los Griegos, dejadme que vuelva a ver la recrudecida lid; no moriremos hoy todos sin venganza!
Con esto, empuño una segunda vez la espada, embrazo el broquel con la siniestra mano, y ya iba a salir del palacio, cuando en el mismo umbral se me abraza a los pies mi esposa, tendiéndome a nuestro tierno Iulo.
-Si vas a morir, llévanos también contigo adonde quiera que vayas; mas si pones todavía alguna esperanza en el probado esfuerzo de tus armas, empieza por asegurar este palacio. ¿A quién encomiendas la defensa de tu tierno Iulo, de tu padre y de la que en otro tiempo llamabas tu esposa querida?
Con estas voces llenaba todo el palacio la llorosa Creúsa, cuando de súbito se ofrece a nuestra vista una maravillosa visión, y fue que sobre la cabeza de Iulo, entre los brazos y a la vista de sus afligidos padres, alzose una leve llama, que, sin lastimarle con su contacto, blandamente acariciaba sus cabellos y parecía como que tomaba cuerpo alrededor de sus sienes. Despavoridos, nos echamos al punto sobre su encendida cabellera, y rociándola con agua, quisimos apagar aquel fuego milagroso; pero Anquises, lleno de júbilo, alzó los ojos al cielo, y exclamó: -Omnipotente Júpiter, si hay preces que puedan moverte a compasión, vuelve hacia nosotros tus ojos; nada más te pedimos; y si somos dignos de piedad, danos en adelante tu auxilio y confirma estos felices agüeros."
Continuará...

martes, 3 de septiembre de 2019

Joyas literarias XXIII

A continuación incluyo un octavo fragmento de La Eneída de Virgilio, un poema épico donde se narran las asombrosas aventuras y desventuras del troyano Eneas, desde su huida de su ciudad natal hasta su llegada a Italia y la posterior fundación de la ciudad de Roma, pasando por su trágico romance con Dido, la reina de Cartago, que sería el origen mítico de la enemistad de ambas ciudades:

"Hallábame solo pues, cuando vi a la hija de Tíndaro, que andaba errante por junto a los umbrales del templo de Vesta, buscando silenciosa algún lugar apartado donde esconderse, iluminada por los resplandores del incendio y teniendo azorada la vista por todos lados. Temiendo aquella infeliz, común calamidad de su patria y de Troya, las iras de los Teucros, a quienes costara la destrucción de Pérgamo, la venganza de los Griegos y el enojo de su abandonado esposo, procuraba ocultarse, y aborrecida de todos, buscaba un refugio en los altares. Su presencia inflama mi ánimo; ciego de ira, quiero vengar en ella la ruina de mi padre y castigar de una vez tantas maldades.
-Y ¿Qué?, ¿Será justo; exclamé; que esta mujer vuelva incólume a Esparta y a su patria Micenas, como triunfante reina? ¿Será justo que vuelva a ver a su esposo, sus hogares, a sus padres, a sus hijos, acompañada de una muchedumbre de Troyanos y de doncellas frigias, mientras que Príamo ha muerto acuchillado y Troya es presa de las llamas, mientras que nuestras playas se han empapado tantas veces en sangre dárdana? No, no será; porque, si bien no hay gloria alguna en castigar a una mujer, ni tal victoria es honrosa, al cabo mereceré alabanza por haber exterminado a esta infame y dándole el merecido castigo, y confortará mi alma el deseo ardentísimo de vengar a mi patria y de aplacar los males de los míos.
Así exclamaba, arrebatado de furor, cuando se me apareció cual nunca tan patente la habían visto mis ojos, brillante con purísima luz en medio de la noche, mi divina madre Venus, con atavíos de diosa, tan soberana y bella cual suele mostrarse a los inmortales; contúvome asiendo mi diestra, y de su rosada boca dejó caer estas palabras:

-¿Cuál inmenso dolor, hijo mío, provoca tus indómitas iras? ¿Cómo así te ciega el furor? ¿Cómo te olvidas de mí y de los tuyos? ¿Por qué no atiendes más bien a buscar donde lo has dejado a tu padre Anquises, abrumado por la ancianidad, y a ver si aún viven Creúsa y el niño Ascanio? Por todas partes los rodean las desbandadas huestes griegas, y si no lo resistiera mi desvelo, ya los hubiera demorado las llamas o la enemiga espada habría derramado su sangre. No culpes en este trance a la odiosa Lacedemonia, hija de Tíndaro, ni a Paris; la inclemencia de los dioses, de los crueles dioses, es la que ha asolado todas esas grandezas y derribado a Troya de su alto asiento. Atiéndeme bien, porque voy a disipar la densa nube que con su húmeda sombra rodea y ofusca ahora tus ojos mortales; oye sin temor los mandatos de tu madre, y no titubees en obedecerlos. Allí donde ves aquellas moles derruidas y aquellos peñascos revueltos entre sí, y aquellos nubarrones de humo y polvo, está Neptuno batiendo con su poderoso tridente los muros y sus removidos cimientos; allí la crudelísima Juno ocupa al frente del enemigo las puertas Esceas, e hirviendo en ira, blandiendo su lanza, grita a sus amigas huestes griegas que acudan de las naves... Mira cómo la tritonia Palas, rodea de una esplendente nube y embrazada la aterradora égida, en que se ve la cabeza de la Gorgona, se asienta en la más eminente torre. El mismo padre de los dioses infunde aliento a los Dánaos y favorece sus esfuerzos; él mismo concita a los dioses contra las armas troyanas. Huye, pues, hijo mío, y pon fin a una vana resistencia. En donde quiera me tendrás a tu lado y te dejaré seguro en tus nativos umbrales.
Dijo y desapareció entre las densas sombras de la noche. Entonces vi patentes los irritados rostros de las grandes deidades enemigas de Troya..."
Continuará...

domingo, 1 de septiembre de 2019

LXXVI Hoy no me quiero levantar

















Suena dulce una melodía,
hasta que se hace de día,
y se acaba la alegría,
pues bajo el abrazo de Morfeo,
ahora ya no me veo,
pues por más que lo deseo,
no puedo parar el tiempo ni el espacio,
ni hacer que vaya rápido o despacio,
más como de mis sábanas tampoco hoy me sacio,
salgo de ese singular paraíso reacio,
Mirando el deprimente gris cielo,
me desplazo lentamente sobre el suelo,
deseando alzar majestuoso el vuelo,
hacia reinos en los que con mi pluma me cuelo.