domingo, 26 de mayo de 2019

LXI Mi suelo y cielo












Sabe de tu nombre la brisa,
pues a mi se me acerca,
y mi alma tranquila alterca,
cuando me recuerda con prisa,
con un susurro indecisa,
que tú ya estás cerca,
que mi tiempo contigo se acerca,
te abrazaré sin cortapisa,
pues tù a los míos contienes,
pues en ti ellos felices habitan,
tú, que tu amor por mi no retienes,
tú, cuyos futuros recuerdos ya me agitan
tú, que a mi alma tanto le convienes,
tú, cuya belleza todos acreditan.

jueves, 23 de mayo de 2019

Joyas literarias VIII

A continuación incluyo un primer fragmento de La Odisea de Homero donde se narran las aventuras de Odiseo (Ulises para los romanos) uno de mis primeros héroes de ficción y aún uno de mis héroes favoritos, pues su gran virtud no era su gran fuerza, valor o coraje, sino su astucia, su inteligencia: 

"Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, deambulamos llenos de admiración por la isla. Entonces las ninfas, las hijas de Zeus, portador de la égida, despertaron  a las cabras montaraces para que comieran mis compañeros. Así que enseguida sacamos de las naves los curvados arcos y las lanzas de largas puntas y ordenados en tres grupos comenzamos a disparar. Pronto un dios nos proporcionó abundante caza. Me seguían doce naves, a cada una de ellas les tocaron en suerte nueve cabras y tomé diez para mí. Así estuvimos todo el día hasta que Helios se sumergió, comiendo innumerables trozos de carne y bebiendo. El dulce vino todavía no se había agotado en las naves, sino que aún quedaba, pues cada uno había guardado mucho en las ánforas cuando tomamos la sagrada ciudad de los cicones. Echamos un vistazo a la tierra de los cíclopes que estaban cerca y vimos el humo de sus fogatas y escuchamos el vagido de sus ovejas y cabras. Y cuando Helios se sumergió y sobrevino la oscuridad, nos acostamos sobre la ribera del mar.

Cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, convoqué a una asamblea y les dije a todos: -Quedaos ahora los demás, mis fieles compañeros, que yo con mi nave y los que me acompañan voy a llegarme a esos hombres para saber quiénes son, si soberbios, salvajes y carentes de justicia o amigos de los forasteros y con sentimientos de piedad para con los dioses.
Así dije, me embarqué, ordené a mis compañeros que embarcaran también ellos y soltaran amarras. Lo hicieron sin tardanza, se acomodaron en los bancos y, sentados, comenzaron a batir el canoso mar con los remos. Y cuando llegamos a un lugar cercano, vimos una cueva próxima al mar, elevada y rodeada de laureles que le daban sombra. Allí pasaban la noche varias manadas de ovejas y cabras y alrededor había una alta cerca construida con piedras hundidas en la tierra y con enormes pinos y encinas de elevada copa. Allí habitaba un hombre monstruoso, solo, apartado, que apacentaba sus rebaños y no frecuentaba a los demás, sino que vivía alejado y tenía pensamientos impíos. Era un monstruo digno de espanto: no se parecía a un hombre, a uno que come trigo, sino a una cima cubierta de bosque de las elevadas montañas que aparece sola, destacada de las otras.
Entonces ordené al resto de mis fieles compañeros que se quedaran allí junto a la nave y que la botaran. Yo escogí a mis doce mejores hombres y me puse en camino. Llevaba un odre de piel de cabra con negro y agradable vino que me había dado Marón, el hijo de Evanto, el sacerdote de Apolo protector de Ismaro, porque lo había salvado junto con su hijo y esposa respetando su techo. Habitaba en el frondoso bosque de Febo Apolo y me había donado regalos excelentes: me dio siete talentos de oro bien trabajados, una crátera toda de plata y, además, doce ánforas llenas de agradable vino no mezclado, bebida divina. Ninguna de las esclavas ni de los esclavos de palacio conocían su existencia, sino solo él, su esposa y su despensera. Siempre que bebían el rojo y agradable vino llenaba una copa y vertía veinte medidas de agua, y desde la crátera se esparcía un olor delicioso, admirable; en ese momento no era agradable alejarse de allí. De este vino me llevé un gran odre lleno y también provisiones en un saco de cuero, porque mi noble ánimo presintió que marchaba en busca de un hombre dotado de gran fuerza, salvaje, desconocedor de la justicia y de las leyes."
(Continuará...)

jueves, 9 de mayo de 2019

LX Erase una vez en la Emilia-Romaña
















Te canto a ti Ferrara,
ciudad que de un cuento,
parece sacada, como si se soñara,
tu recuerdo no se lo llevo el viento,
pues a ti te dedico este memento,
no me perdonaría si te olvidara,
pues tu magia a pocos se compara,
al menos así yo lo siento aquí adentro,
tus calles, catedral, el castillo estense,
la huella de la gran Lucrezia en tus rincones,
me dejan en suspense,
pues aún me despiertan emociones,
no es raro que en ti a veces piense,
y recuerde tus mil y una hechizadoras sensaciones.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Joyas literarias VII

A continuación incluyo un fragmento de la novela corta (o nivola) San Manuel bueno martir del escritor y filósofo español Miguel de Unamuno:

"Una vez pasó por el pueblo una banda de pobres titiriteros. El jefe de ella, que llegó con la mujer gravemente enferma y embarazada, y con tres hijos que le ayudaban, hacía de payaso. Mientras él estaba en la plaza del pueblo, haciendo reír a los niños y aun a los grandes, ella, sintiéndose de pronto gravemente indispuesta, se tuvo que retirar y se retiró escoltada por una mirada de congoja del payaso y una risotada de los niños. Y escoltada por don Manuel, que luego, en un rincón de la cuadra de la posada, le ayudó a bien morir. Y cuando acabada la fiesta, supo el pueblo y supo el payaso la tragedia, fuéronse todos a la posada, y el pobre hombre, diciendo con llanto en la voz: «Bien se dice, señor cura, que es usted todo un santo», se acercó a éste, queriendo tomarle la mano para besársela; pero don Manuel se adelantó y, tomándosela al payaso, pronunció ante todos:

-El santo eres tú, honrado payaso; te vi trabajar, y comprendí que no sólo lo haces para dar pan a tus hijos, sino también para dar alegría a los de los otros, y yo te digo que tu mujer, la madre de tus hijos, a quien he despedido a Dios mientras trabajabas y alegrabas, descansa en el Señor, y que tú irás a juntarte con ella y a que te paguen riendo los ángeles, a los que haces reír en el cielo de contento.

Y todos, niños y grandes, lloraban y lloraban tanto de pena como de un misterioso contento en que la pena se ahogaba. Y más tarde, recordando aquel solemne rato, he comprendido que la alegría imperturbable de don Manuel era la forma temporal y terrena de una infinita y eterna tristeza que con heroica santidad recataba a los ojos y a los oídos de los demás."

martes, 7 de mayo de 2019

LIX Existencia












Curiosa es mi presencia,
la pequeñez de mi existencia,
sin embargo vivo estoy,
y por los senderos voy,
maravillado por tu esencia,
por el amor y la ciencia,
viviendo aferrado al hoy,
ignorante sobre casi todo voy,
disfrutando de la aventura,
gozando de la locura,
padeciendo a veces tu amargura,
pero tratando siempre de avanzar,
pero intentando todavía no llegar,
al destino final que aún no quiero alcanzar.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Joyas literarias VI

A continuación incluyo un poema del libro 20 poemas de amor y una canción desesperada del talentoso poeta chileno premio nobel de la literatura Pablo Neruda maestro de todos aquellos que al amor le hemos hecho el amor con las palabras:








Poema 3

Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
lento juego de luces, campana solitaria,
crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
caracola terrestre, en ti la tierra canta!

En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye
como tú lo desees y hacia donde tú quieras.
Márcame mi camino en tu arco de esperanza
y soltaré en delirio mi bandada de flechas.

En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla
y tu silencio acosa mis horas perseguidas,
y eres tú con tus brazos de piedra transparente
donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.

Ah tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla
en el atardecer resonante y muriendo!
Así en horas profundas sobre los campos he visto
doblarse las espigas en la boca del viento.