martes, 20 de agosto de 2019

Joyas literarias XXII

A continuación incluyo un séptimo fragmento de La Eneída de Virgilio, un poema épico donde se narran las asombrosas aventuras del troyano Eneas desde su huida de su ciudad natal hasta su llegada a Italia y la posterior fundación de la ciudad de Roma, pasando por su trágico romance con Dido, la reina de Cartago, que sería el origen mítico de la enemistad de ambas ciudades:

"Entre tanto en el interior del palacio todo es tumulto y miserables lamentos; resuenan las bóvedas con llorosos alaridos de mujeres, que llegan hasta las fúlgidas estrellas. Despavoridas las madres, vagan por las espaciosas estancias, se abrazan a las puertas y estampan en ellas sus labios. Con su heredado brío arremete Pirro; ni barreras ni las guardias mismas bastan a atajarle el paso; titubean las puertas al continuo empuje del ariete, y caen arrancadas de sus goznes. La fuerza se abre camino, no hay entrada que no se rompa; los Griegos invasores acuchillan a los primeros que se les ponen delante y ocupan con su gente todo el palacio; no con tal violencia se comporta, cuando se desborda, rotos los diques, el espumoso río, y cubre con sus raudales los opuestos collados, se derrama furioso y soberbio en su crecida por los campos, arrastrando en sus olas los ganados con sus rediles. Yo, vi a Neptólemo, ebrio de sangre, y a los dos Atridas en el umbral del palacio; vi a Hécuba y a sus cien nueras y a Príamo en los altares ensangrentando con sacrificios las hogueras que él propio había consagrado. Los cincuenta tálamos de sus hijos, esperanza de una numerosísima prole, los artesones de oro, ricos despojos de los bárbaros, todo es ruinas; lo que no abrasan las llamas es presa de los Griegos.
Pero acaso desearás saber ¡oh Reina! cuál fue la suerte de Príamo. Luego que vio el desastre de su ciudad tomada, los umbrales de su palacio derruidos, y posesionado el enemigo de sus hogares, rodea vanamente el anciano sus trémulos hombros con la desacostumbrada armadura, ciñe la inútil espada y se arroja a morir en medio de la muchedumbre enemiga. 
Había en medio del palacio, bajo la desnuda bóveda del cielo, un gran altar, junto al cual inclinaba sus ramas un antiquísimo laurel, cobijando con su sombra a los dioses penates de la real familia; allí Hécuba y sus hijas, buscando vanamente un refugio alrededor de los altares, semejantes a una bandada de palomas impelidas por negra tempestad, se apiñaban, abrazadas a las imágenes de los dioses. En cuanto Hécuba vio a Príamo cubierto con aquellos atavíos juveniles. -¿Qué insensato frenesí, mísero esposo; le dijo: -Te impele a ceñir esas armas? ¿Adónde te precipitas? No es esta ocasión para tal auxilio ni para tales defensores; ni aun la presencia de mi propio Héctor bastaría para salvarnos. Ven, ven aquí con nosotras, este altar nos protegerá a todos, o a lo menos moriremos juntos.
Dicho esto, atrajo a sí al anciano y le colocó en el sagrado recinto.
He aquí en esto que Polites, uno de los hijos de Príamo, salvado de los estragos de Pirro, va huyendo, herido, por los largos pórticos, en medio de los dardos y de los enemigos, y cruza los ya desiertos atrios, perseguido de cerca por el fogoso Pirro, que ya casi se le echa encima y le acosa con su lanza. Logra, en fin, el mancebo llegar adonde están sus padres, y allí, ante sus ojos, a su vista cae y exhala la vida en raudales de sangre. Entonces Príamo, aunque presa casi ya de la muerte, no pudo contenerse y prorrumpió en iracundas voces: -¡Ah, castiguen los dioses cual mereces tamaño crimen y tales atentados, si hay en el cielo algún numen vengador de las maldades! ¡Ellos te den el digno premio de haberme hecho presenciar la muerte del hijo mío, de haber manchado con su sangre la frente de un padre! No, no se condujo así con su enemigo Príamo aquel Aquiles de quien te mientes hijo, antes bien respetó los pactos y la fe de un suplicante, me devolvió, para que lo sepultara, el cadáver de Héctor y me dejó restituirme a mi palacio.
Dicho esto, disparole el viejo un impotente dardo, incapaz de herirle, que repelido al punto por el sonoro metal, quedó inútilmente suspendido en el centro del combado broquel. Entonces Pirro: -Pues ve tú mismo a contar esto que ves a mi padre Aquiles; refiérele mis tristes proezas, dile que Neptolemo ha degenerado; pero ahora ¡muere!.
Esto diciendo, arrastra hasta el mismo pie del altar al trémulo anciano, cuyos pies resbalan en la abundante sangre de su hijo, y asiéndole del cabello con la mano izquierda, desenvaina con la diestra el refulgente acero y se lo hunde en el costado hasta la empuñadura. Tal fue el fin de Príamo; de esta manera le arrebató el destino, después de haber visto a Troya incendiada y a Pérgamo derruido; así acabó aquel soberbio dominador de tantos pueblos y territorios de Asia. Sus restos yacen ahora insepultos en las playas de Ilión; de aquel gran rey sólo quedan una cabeza separada de los hombros y un cuerpo sin nombre.
Entonces, por primera vez, me sentí penetrado de horror. Quedeme por de pronto sin sentido; luego me asaltó la imagen de mi querido padre, cuando vi a aquel rey, tan anciano como él, exhalar la vida a impulso de crueles heridas; me acordé de mi esposa Creúsa, a quien había dejado abandonada; de que tal vez estarían saqueando mi palacio, y de los peligros que corría mi pequeño Iulo. Miro en torno para ver qué gente me rodea; todos mis compañeros, rendidos, se habían precipitado por las ventanas, o arrojándose, acribillados de heridas en las llamas. "
Continuará...

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