martes, 8 de agosto de 2017

Té con canela, café con leche. (4ª parte.)..

-A eso me refiero, Patricia; dijo Carmen; nos preocupamos por
rescribir los cuentos cuando estos casi diría que se rescriben solos. Piensa por ejemplo en los Tebeos que lee tu hijo, están repletos de superheroinas, cuando hace no tanto había tan solo unas cuantas, y antes de eso prácticamente ninguna. Con raras excepciones la princesa tenía siempre que ser salvada por el príncipe, y ahora tu hijo tiene un póster de… ¿Cómo se llama la muchacha que tira rayos?
-Tormenta, creo; contestó Patricia.
-Pues eso, un póster de Tormenta encima del cabecero de su cama; comentó Carmen; y nos preocupamos, como digo, por los cuentos cuando estos casi siempre han ido evolucionando con los tiempos en los que se contaban, pero no nos preocupamos por incluir en la historia a las grandes olvidadas debido a su sexo.
-Entonces si sabes de que vas a hablar en la conferencia, tan solo tienes que sentarte y poner en orden tus ideas para que el discurso tenga una coherencia, pero tienes totalmente claras tus argumentaciones y además están bien fundadas; le dijo Patricia a la vez que le señalaba con el dedo un portal, para luego añadir: -Bueno, aquí es.
-Pues nada te dejo que yo también he quedado; le comentó Carmen después de darle dos besos.
-¿A donde vas?; quiso saber Patricia.
-He quedado con Bárbara para ir al cine; le dijo Carmen; 
-Ah vale, salúdala de mi parte; le comentó Patricia; y, ¿Qué vais a ver?
-Lo haré no te preocupes; le respondió Carmen; pues no sabría decirte el título porque está en inglés,  pero es una de unos chavales indios…
-¿Indios de la India?; le interrumpió Patricia.
-Si de la India, de las cales de Mumbai.
-Slumdog Millonaire, yo no la he visto pero a mi hijo le ha encantado; dijo Patricia, para luego abrir la puerta a la vez que se despedía con la mano. A continuación subió la escalera y llegó a la planta de arriba. Llamó a la puerta, abrió y se disculpó por haber llegado tarde, todos asintieron y saludaron sonrientes. Entró en la habitación que era como el aula de cualquier escuela o instituto con su pizarra verde al fondo, pero con esas sillas con un brazo en el que se puede escribir colocadas formando un círculo. Tan solo quedaba un asiento vacío al lado de un hombre de pelo negro y ojos casi grises, ella se acercó y se sentó, no pudiendo evitar recordar mientras lo hacía la historia de Rosa L. Park. Una vez se había sentado el hombre le dijo: -¿Qué tal Patricia?
-Bien Antonio, ¿Y tú?
-Bien, bien; le dijo Antonio, ¿Oye que te ha parecido mi libro?
(Continuará...)

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