
Y cuando ya casi divisamos el final de este camino, al mirar hacia mi izquierda observo que estoy siendo adelantado por mi poesía que con paso firme se acerca hacía ti, lector, lo que no quiere decir otra cosa que te encuentras frente al vigésimo noveno poema de Logomaquia, el vigésimo noveno poema de LUZ ENTRE LAS TINIEBLAS:
XXIX
CONTRADICCIÓN, LA ESENCIA DE LA HUMANIDAD.
Trapos sin
valor ensalzados,
dar la vida
a un desengaño, a una abstracción,
cosas que no
se ven,
pero se creen
o sienten,
humana es la
rareza.
Múltiples
voces, sonidos, idiomas,
para una sola
raza,
barreras,
fronteras, trabas,
idiosincrasias,
egos, culturas autóctonas,
identidades
propias, personales o nacionales.
Pero ¿Donde
está eso cuando se mira desde fuera,
en el
exterior del vientre materno,
lejos de
nuestra bienamada Gea 1?
Nada de esto
se ve, ni cuando en sus cercanías orbitamos,
ese es
nuestro sino, egos enormes,
tanto que no
caben ni en cuerpos ni en naciones.
Únicos nos creemos y únicos somos,
Únicos nos creemos y únicos somos,
pues otro
animal no hay de los que la Tierra habitan,
que es capaz
de crearse un mundo,
que solo en
su cabeza existe,
pero tampoco
un animal encontramos,
que el
hábitat necesita adaptar a si,
en lugar de a
si mismo al ecosistema.
Demasiado
cerebro para tan poco provecho,
o quizás
demasiada ambición para tanto miedo.
1 La
diosa de la tierra para los antiguos griegos, o mejor dicho la
personificación de nuestro amado planeta como una divinidad
lógicamente femenina.
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