El libro de Sara.
Capítulo II: Daniel Jackson (3ª parte.)
Una vez la imagen estuvo hecha, el libro desapareció súbitamente junto al rayo que finalmente se desvaneció totalmente. Entonces pudimos observar que Sara llevaba una toga que parecía de la antigua Roma de color azul turquesa, tras esto la vimos envejecer en segundos hasta llegar a tener el aspecto de una persona de alrededor de veinticinco años de edad, para después crecerle, también en unos instantes, unas grandes alas de color negro en la espalda.
Una vez hubo sucedido esto nos miró, primero a mi y después a su hermano y se despidió de ambos haciendo un gesto con la mano, tras lo cual empezó a elevarse, pero de repente frenó en seco la ascensión cuando vio que el ejército israelí reanudaba su ataque como si nada hubiese pasado, entonces indignada movió su zurda y dejó a los israelíes sin tanques, fusiles, ni alguna otra arma con la que poder seguir haciendo daño a nadie más. A continuación movió la diestra y paró las bombas y balas que como una fatídica lluvia de muerte iban a caer sobre los palestinos. Tras lo cual mirando a los soldados israelíes y señalando a los palestinos que continuaban atónitos, dijo: -Es hora ya de que acabéis con esta barbarie y dejéis vivir a esta gente en paz en su propia tierra.
-Es hora también de que tú también dejes de intervenir en la historia humana; comentó otra voz de mujer.
-¿Quién eres tú?; quiso saber Sara.
-Pero, sagrado Metatrón, elegido por Dios entre sus ángeles, si no los paro ahora esta violenta sangría sin sentido podría durar años, o incluso décadas; le respondió Sara; no sería más lógico...
-No nos toca a ti o a mi juzgar nada de eso pero de ser como dices, la madre celestial les concedió a sus hijos mortales el preciado don de la libertad, en sus manos y no en las nuestras está hacer del mundo un paraíso o un infierno; le dijo el Metatrón con su habitual tono solemne; ahora sígueme y ven a ocupar tu lugar junto al padre de todo 2.
Finalmente Sara obedeció al Metatrón y siguió elevándose hasta desaparecer de nuestra vista.
Posteriormente me acerqué al anciano y sabio Solomon que seguía sentado en el suelo y le ayude a levantarse, el me miró y me dijo con una sonrisa que iluminaba su arrugado rostro: -Así era Sara, así es Sara, y así será siempre, un ángel que no puede evitar hacer el bien allá a donde va, porque se preocupa más por los demás que por si misma.
-Y ahora vosotros hijos de los hombres olvidad todo lo que aquí ha sucedido, así como olvidareis mi voz y mi nombre; sentenció el Metatrón; tan solo a tres de vosotros la madre de todo lo conocido y por conocer os permitirá recordar lo que aquí ha sucedido hoy.
Tras todo lo acontecido y aquí mismo narrado, pasé un día más en el hogar del señor Pérez y regresé a Nueva York la tarde del 30 de diciembre, lo que me permitió pasar el año nuevo con mi madre. Y así fue como despedí aquel 1989, con alegría puesto que finalmente mi amiga Sara tuvo un destino digno de ella y triste de perder no a una amiga cualquiera sino a mi mejor amiga. Pero bueno como se suele decir, si de verdad quieres a alguien dejarás que haga lo que sea mejor para ella o él, aunque eso pueda tener como consecuencia el perderlos.
Daniel Gorostiza Limón.
2 En teoría en la creencia Judeo - cristiana - musulmana, Dios no tiene género, por lo que no es un él o una ella, por lo que es madre y padre de todo a la misma vez.
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