lunes, 11 de julio de 2022

Capítulo IX: Rojo pasión. (4ª parte.)

Me dispongo a compartir aquí otro nuevo pequeño fragmento de mi libro La voz anónima, un relato perteneciente precisamente a la sección de relatos breves de esta obra titulada En las cocinas del imperio, espero que disfruteis de su lectura y que os haga reflexionar o mejor aún sentir. 


Capítulo IX: Rojo pasión. (4ª parte.)


-Bueno y que me dices de un español que vive en Londres y que aunque no es judío tiene antepasados judíos por vía materna, ¿Es eso común aquí o no?

-Eso es cada vez más común por estas tierras, no solo por Londres sino por toda la isla, fijate por ejemplo en Edimburgo que tiene una población de casi cuatrocientos sesenta mil habitantes, somos ya unos veinte mil españoles; afirmé yo para después añadir: -Pero continúa con tu historia, que para variar te he interrumpido perdiéndome de nuevo en los detalles.

-Bueno no te preocupes porque los detalles son los que
nos hacen diferentes a los unos de los otros y la diversidad es tan buena como necesaria para darle color a este mundo a veces tan en blanco y negro; afirmó poniéndo su mano sobre la mía, tras lo cual dio un sorbo a su zumo de kiwi y añadió: -Todo empezó cuando era una niña y vivía en Dunmanway, un pueblo de unos mil quinientos habitantes en el condado de Cork donde viví hasta los doce años, que fue cuando nos vinimos a vivir a Londres. En cualquier caso por aquel entonces yo tenía nueve años y mi hermano pequeño Cam tuvo un accidente con un cristal que mi padre había dejado en la pared para posteriormente colocarlo en la ventana, el cual sin embargo tendría que esperar unos minutos ya que mi padre había sentido la llamada de la naturaleza y estaba en el baño atendiéndola. Yo por mi parte estaba leyendo La vida es sueño, un libro que acababa de descubrir y que aun hoy adoro, y mi madre estaba preparándonos el almuerzo. Así que nadie estaba prestando atención a mi hermano de apenas cuatro años. Realmente no sé exactamente lo que Cam pretendía hacer, lo único que sé es que oímos un gran estruendo y cuando fuimos a ver el vidrio estaba roto y esparcido por el piso y mi hermano Cam tumbado en el suelo con un gran trozo clavado en el pecho. Mi madre fue la primera en llegar y la única que conservó la calma, así que nos ordenó a mi padre y a mi que nos quedaramos con él mientras ella llamaba al hospital. Todo lo que sucedió después se me hizo eterno, pero lo que pasó es que la ambulancia tardó unos cuarenta y cinco minutos en llegar, recogieron a mi hermano con sumo cuidado y lo subieron al vehículo, mi madre fue con ellos mientras mi padre y yo les seguiamos en nuestro coche.

Llegamos al hospital y nos pidieron que esperasemos en la sala de espera, aunque debieron haberlo llamado el salón de la eternidad, porque el tiempo allí parecía correr con una lentitud exasperante. Al fin salió la doctora, cuya piel era negra como una noche sin luna, que nos habló de esta manera: -Ha sido una operación bastante delicada porque uno de los fragmentos se le había clavado en el pulmón derecho, pero afortunadamente hemos podido extraérselo así como el resto de los pedazos. No obstante la recuperación será lenta, puede tardar unos veinte días o quizás más, yo personalmente les recomendaría que pasase ese tiempo aquí en el hospital.

-Sí, sí, por supuesto; le contestó mi padre.

-¿Podemos verlo?; quiso saber mi madre.

-Sí; pero solo un momento pues ahora está descansando, le contestó la doctora.

Pasaron veintidos días y mi hermano acabó recuperándose totalmente y con el tiempo aquel accidente se convirtió tan solo en un mal recuerdo, pero lo que yo no olvidé y nunca olvidaré es a ese ángel de piel de color oscuro que le salvó la vida a mi hermano y ese recuerdo me hizo desear poder algun día hacer lo mismo, poder salvar vidas. Lo cual me llevó a estudiar medicina, lo cual sé que me llevará un día no muy lejano lejos de mi barrio.

Pues con el tiempo llegué a conocer la situación de algunos de los habitantes de África y creció en mi el deseo de poner mi granito de arena para ayudarlos, para ayudar a estas personas de raza negra, al igual que una vez una mujer de raza negra me ayudó a mi y a mi familia.

El tiempo fue pasando y nuestra amistad se fue profundizando y entonces llegó el viernes dieciocho de mayo de aquel dos mil doce, día en que me avisaron desde la segunda agencia que había contratado, ya que la primera no me había dado muy buen resultado durante esos tres meses, para decirme que ya tenía trabajo, que de hecho ese mismo lunes tenía que estar en el Peacepool Court Hotel de la localidad galesa de Saint David`s.


Daniel Gorostiza Limón.


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