Me dispongo a compartir aquí otro nuevo pequeño fragmento de mi libro La voz anónima, un relato perteneciente precisamente a la sección de relatos breves de esta obra titulada En las cocinas del imperio, espero que disfruteis de su lectura y que os haga reflexionar o mejor aún sentir.
Capítulo IX: Rojo pasión. (3ª parte.)
Puesto que en el que iba a ser mi segundo día de clase me encontraba yo degustando mi sandwich de huevo, cuando alguien se sentó frente a mi en la mesa, al alzar la vista comprobé que se trataba de la muchacha hebrea que conocí en mi primer día en Londres. Ella me sonrió y me dijo: -Parece que te estás haciendo a la vida en Londres, ¿Me equivoco?
-Pues un poco sí, porque esta ciudad se me hace muy grande a veces; afirmé yo; por cierto la otra vez no me dijiste tu nombre.
-Es Deborah; me contestó ella; ¿Y el tuyo?
-Estoy segura de que no se equivocó; afirmó ella; y no te preocupes esta ciudad se nos suele hacer grande a todos.
En cuanto a mi nombre no sé el motivo por el cual mis padres decidieron ponérmelo, lo único que te puedo decir es que Deborah era una profetisa y el cuarto Juez del Israel premonárquico del Tanaj, la biblia hebrea, o como los gentiles lo llamais el Antiguo Testamento. Asimismo fue la unica juez que fue mujer. Te podría decir además que La canción de Deborah, es posiblemente uno de los pasajes más antiguos de la Biblia, así como el más vetusto ejemplo conservado de poesía hebrea. Sin olvidar tampoco que es uno de los pasajes más antiguos donde las mujeres no son víctima ni villano, lo cual no deja de ser significativo.
Y así fue que nos encontramos allí cada día para comer durante las siguientes dos semanas, hasta que llegó Pau y en él encontré un nuevo compañero de curriculoneo, lo cual si bien me era grato porque hacía más sencilla para mi esa ardua labor, alteró por desgracia mis recién adquiridos hábitos alimenticios. Pero eso no duró mucho porque mi amigo, el cual en aquel momento yo todavía creía que era catalán, pronto encontró trabajo en la ciudad gracias a Ricardo, un amigo valenciano de ambos que sin saber el idioma fue capaz de encontrar trabajo para él, para Pau y para mi tocayo y paisano Gabriel, ya que sin duda que Ricardo era un superviviente nato.
Todo lo cual me llevó a volver a mi rutina de almuerzos con Deborah, lo que sin duda hacía que mis paseos matutinos por el casi siempre nublado Londres fueran como caminar bajo el brillo del Sol.
No era mucho el tiempo que pasabamos juntos, tan solo una media hora al día de lunes a viernes, pero lo cierto es que esa media hora nos daba para hablar de tantas cosas. Recuerdo, por ejemplo, una vez que le pregunté lo siguiente: -Deborah, si tus padres son judíos ortodoxos, ¿Cómo han dejado que tú, una mujer, estudies medicina?
-Bueno en primer lugar, que yo, una mujer, estudie medicina no es ilegal en este país. De hecho el número de estudiantes universitarias cada vez es mayor en Gran Bretaña, lo que si esto sigue así hará que en no demasiados años sea mayor el número de universitarias que el de universitarios; sentenció ella; pero en lo que a mi se refiere, a mis padres les costó aceptarlo al principio pero no porque creyeran que no podía estudiar una carrera, sino porque pensaban que el hecho de que la estudiara podía alejarme de su modo de vida, pero al final fueron sabios y dejaron que el amor les guiara más allá de sus propios prejuicios y aquí me tienes a punto de acabar la carrera de medicina, lo cual haré Dios mediante este mismo junio.
-Sin duda que eres decidida, ante lo cual me quito el sombrero.
-¿Y para qué te lo quitas?; preguntó ella extrañada.
-Es una forma de hablar; le contesté yo; en mi país significa que alabo una o varias de tus cualidades en este caso tu determinación.
-Ah vale; murmuró ella para después hablar de esta manera: -Sabes todo comenzó cuando era pequeña y vivía en un pueblecito del condado de Cork, en Irlanda...
-Un momento; le interrumpí yo; ¿Eres irlandesa?
-Así es nacida y crecida en Irlanda; afirmó ella.
-Sin duda que eres bastante peculiar; comenté yo; una judía ortodoxa irlandesa.
-Ya imaginaba que así era; le dije yo; pero no me dirás que conocer en Londres a una judía ortodoxa irlandesa es cuanto menos poco común.
Daniel Gorostiza Limón.
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