sábado, 27 de julio de 2019

Joyas literarias XVIII

A continuación incluyo un tercer fragmento de La Eneída de Virgilio un poema épico donde se narran las aventuras del troyano Eneas desde su huida de su ciudad natal hasta su llegada a Italia y la posterior fundación de la ciudad de Roma, pasando por su trágico romance con Dido, la reina de Cartago, que sería el origen mítico para la enemistad de ambas ciudades:

"Grandemente compadecidos de sus lágrimas, le concedemos la vida; el mismo Príamo manda el primero que le quiten las esposas y los apretados cordeles, y le dirige estas amistosas palabras: "Quien quiera que seas, olvídate ya de los Griegos, ausentes de aquí para siempre; serás uno de los nuestros; pero responde la verdad, te ruego, a lo que voy a preguntarte. ¿Con qué objeto construyeron los Griegos la enorme mole de ese caballo? ¿Quién lo construyó? ¿A qué lo destinaban? ¿Era un voto religioso, o una máquina de guerra?" Dijo; y Sinón, amaestrado en los engaños y artificios de los Griegos, exclamó levantando al cielo las manos, libres ya de sus prisiones: "¡Oh eternos fuegos y oh númenes inviolables a que están consagrados! ¡Oh altares y nefandos cuchillos a que logré sustraerme! ¡Oh ínfulas de los dioses, que ya ceñían mi frente, destinada al sacrificio, sed testigos de la verdad de mis palabras! Séame lícito romper los sagrados vínculos que me unían a los Griegos, séame lícito detestarlos y divulgar sus ocultas tramas; ninguna obligación me liga ya a la patria; mas tú ¡oh Rey! Cúmpleme lo prometido, y tú ¡oh Troya, libertada por mí! guárdame tu fe si digo verdad, si logro recompensar tan gran beneficio.
Toda la esperanza de los Dánaos, y su confianza en la emprendida guerra, estribaron siempre en los auxilios de Palas; pero desde que el impío hijo de Tideo y Ulises, inventor de maldades, acometieron sustraer del sacro templo el fatal Paladión, después de haber dado muerte a los guardias del sumo alcázar, y arrebataron a la sacra efigie, y con ensangrentadas manos osaron tocar las virginales ínfulas de la deidad, empezaron a decaer y se desvanecieron aquellas esperanzas, y se quebrantaron sus fuerzas, apartada ya de ellos la protección de la diosa. Pronto dio Tritonia manifiestas y horribles señales de su cólera; apenas se colocó su estatua en el campamento, ardieron rechinantes llamas en sus ojos, clavados en nosotros, y por todos sus miembros corrió un sudor salado, y tres
veces ¡oh prodigio! se levantó por sí sola del suelo, blandiendo el broquel y la trémula lanza. Al punto Calcas anuncia que es preciso cruzar los mares y huir, pues Pérgamo no puede ser debelado por las armas argólicas, si no vuelven a Argos a renovar sus votos, y de nuevo se llevan al numen que trajeron consigo por el mar en sus huecas naves. Y ahora que, impelidos por el viento, han llegado al patrio suelo de Micenas, aprestan sus armas y solicitan el favor de los dioses para volver de improviso surcando nuevamente el mar; así interpretó Calcas la voluntad de los númenes. Persuadidos de sus palabras, labraron esa efigie para reemplazar el Paladión, desagravio de la diosa ultrajada y como expiación de su nefando sacrilegio; Calcas les mandó erigir con trabados maderos esa inmensa mole y elevarla hasta el cielo, para que no pudiese caber por las puertas ni penetrar dentro de las murallas de vuestra ciudad, ni cobijar a vuestro pueblo, seguro bajo el amparo de un antiguo culto. Porque, si vuestras manos, dijo, violan los dones de Minerva, un inmenso desastre (¡antes conviertan los dioses contra él su funesto presagio!) caerá sobre el imperio de Príamo y sobre los Troyanos; mas si levantado por ellas ese inmenso simulacro, llega a penetrar en vuestra ciudad, el Asia será la que a favor de una gran guerra dominará el Peloponeso; destino fatal, reservado a nuestros descendientes.
¡Con tales insidias y con el perjuro artificio de Sinón, creímoslo todo, y así fueron vencidos con engaños y fingidas lágrimas aquellos a quienes no pudieron domar ni el hijo de Tideo, ni Aquiles de Larisa, ni diez años de combates, ni mil bajeles!
Sobreviene en esto de pronto un nuevo y terrible accidente, que acaba de conturbar los desprevenidos ánimos. Laoconte, designado por la suerte para sacerdote de Neptuno, estaba inmolando en aquel solemne día un corpulento toro en los altares, cuando he aquí que desde la isla de Ténedos se precipitan en el mar dos serpientes (¡de recordarlo me horrorizo!), y extendiendo por las serenas aguas sus inmensas roscas, se dirigen juntas a la playa; sus erguidos pechos y sangrientas crestas sobresalen por encima de las ondas; el resto de su cuerpo se arrastra por el piélago, encrespando sus inmensos lomos, hácese en el espumoso mar un grande estruendo; ya eran llegadas a tierra; inyectados de sangre y fuego los encendidos ojos, esgrimían en las silbadoras fauces las vibrantes lenguas."
Continuará...

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