martes, 9 de julio de 2019

Joyas literarias XVI

A continuación incluyo un primer fragmento de La Eneida de Virgilio un poema épico donde se narran las aventuras del troyano Eneas desde su huida de su ciudad natal hasta su llegada a Italia y su posterior fundación de la ciudad de Roma, pasando por su romance con Dido, la reina de Cartago, que sería el origen mítico para el antagonismo de ambas ciudades:

"Callaron todos, puestos a escuchar con profunda atención, y en seguida el gran caudillo Eneas habló así desde su alto lecho: -Me mandas ¡oh Reina! que renueve inefables dolores, refiriéndote cómo los Dánaos asolaron las grandezas troyanas y aquel misero reino; espantosa catástrofe, que yo presencié y de la que fui en gran parte. ¿Quién al narrar tales desastres; quién, ni aun cuando fuera uno de los Mirmidones o de los Dólopes, o soldado del duro Ulises, podría refrenar el llanto? Y ya la húmeda noche se precipita del cielo, y las estrellas que van declinando convidan al sueño. Mas si tanto deseo tienes de saber nuestras tristes aventuras, y de oír brevemente el supremo trance de Troya, aunque el ánimo se horroriza a su solo recuerdo y retrocede espantado, empezaré. Quebrantados por la guerra y contrariados por el destino en tantos años ya pasados, los caudillos de los Griegos construyen, por arte divino de Palas, un caballo tamaño como un monte, cuyos costados forman con tablas de abeto bien ajustadas, y haciendo correr la voz de que aquello es un voto para obtener feliz regreso, consiguen que así se crea. Allí, en aquellos tenebrosos senos, ocultan con gran sigilo la flor de los guerreros, designados al efecto por la suerte, y en un momento llenan de gente armada las hondas cavidades y el vientre todo de la gran máquina.
Hay a la vista de Troya una isla, llamada Ténedos, muy afamada y rica en los tiempos en que estaban en pie los reinos de Príamo, y que hoy no es más que una ensenada, fondeadero poco seguro para las naves. Allí avanzan los Griegos y se ocultan en la desierta playa, mientras nosotros creíamos que habían levantado el campo y enderezado el rumbo a Micenas: con esto, toda Troya empieza a respirar tras su largo luto. Ábrense las puertas; para todos es un placer salir de la ciudad y ver los campamentos dóricos, los lugares ya libres de enemigos y la abandonada playa; aquí acampaba la hueste de los Dólopes; allí tenía sus tiendas el feroz Aquiles; en aquel punto fondeaba la escuadra, por aquel otro solía embestir el ejército. Unos se maravillan en vista de la funesta ofrenda consagrada a la virginal Minerva, y se pasman de la enorme mole del caballo, siendo Timetes el primero en aconsejar que se lleve a la ciudad y se coloque en el alcázar, ya fuese traición, ya que así lo tenían dispuesto los hados de Troya; pero Capis, y con él los más avisados, querían, o que se arrojase al mar aquella traidora celada, sospechoso don de los Griegos, o que se le prendiese fuego por debajo, o que se barrenase el vientre del caballo y registrasen sus hondas cavidades. El inconstante vulgo se divide en encontrados pareceres.
Baja entonces corriendo del encumbrado alcázar, seguido de gran multitud, el fogoso Laoconte, el cual desde lejos, ¡Oh miserables ciudadanos! empezó a gritarles: ¿Qué increíble locura es esta? ¿Pensáis que se han alejado los enemigos y os parece que puede estar exento de fraude don alguno de los Dánaos? ¿Así conocéis a Ulises? O en esa armazón de madera hay gente aquiva oculta, o se ha fabricado en daño de nuestros muros, con objeto de explorar nuestras moradas y dominar desde su altura la ciudad, o algún otro engaño esconde. ¡Troyanos, no creáis en el caballo! ¡Sea de él lo que fuere, temo a los dánaos incluso cuando traen regalos!
Dicho esto, arrojó con briosa pujanza un gran venablo contra los costados y el combo vientre del caballo, en el cual se hincó retemblando y haciendo resonar con hondo gemido sus sacudidas cavidades; y a no habernos sido adversos los decretos de los dioses, si nosotros mismos no nos hubiéramos conjurado en nuestro daño, aquel ejemplo nos habría impelido a acuchillar a los Griegos en sus traidoras guaridas, y aun subsistieras, ¡Oh Troya! y aun estarías en pie, ¡Oh alto alcázar de Príamo!"
Continuará...

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