lunes, 6 de junio de 2022

Capítulo VIII: San David y el dragón. (3ª parte.)

Me dispongo a compartir aquí otro nuevo pequeño fragmento de mi libro La voz anónima, un relato perteneciente precisamente a la sección de relatos breves de esta obra titulada En las cocinas del imperio, espero que disfruteis de su lectura y que os haga reflexionar o mejor aún sentir. 


Capítulo VIII: San David y el dragón. (3ª parte.)


-Lo digo porque te he visto convertir mi poderoso aliento de fuego en una sutil humareda, lo que me hace pensar que tú eres uno de esos hombres con poderes a los que los otros humanos llaman santos; dijo mientras se acercaba al fraile y con una llamarada encendía unas antorchas que parecían llevar siglos allí, colgadas de la pared de la cueva; lo digo porque cuando los de mi raza se encuentran con santos como tú, con suerte solo salimos malheridos.

-Bueno este no será el caso; comentó el galés mientras se acercaba con la mano abierta y el brazo extendido con intención de tocarla; no tengas miedo porque no te haré ningún daño ni dejaré que nadie te lo haga.

Y mientras acariciaba su escamosa piel roja añadió: -Esto parece una sala donde la gente se reunía.

-¿Qué te hace pensar eso?; quiso saber la dragona.

-Pues aparte de las bien situadas antorchas, ahí hay
utensilios de cocina llenos de telarañas pero bien ordenados, y eso parece leña para hacer un fuego...

-Estás en lo cierto, fraile, puesto que antes de que vinieran del este los hombres de la cruz y difundieran su nueva religión, esto era un lugar de reunión entre tus hermanos y los míos, pero cuando las personas de estas tierras abandonaron sus antiguas creencias, abandonaron también el respeto por otros seres que junto a ellos las poblamos...

Sin olvidar que muchos de los que como tú visten esa especie de sacos de colores oscuros a los que llamais hábitos, nos llaman directamente demonios y eso ha hecho que se nos de caza de manos o instigados por aquellos que predican sobre el Dios del amor, y sin embargo nos niegan el amor y la misericordia de ese nuevo Dios Todopoderoso.

-Es una pena y una vergüenza que aquellos hermanos míos de los que hablas, no prediquen con el ejemplo, pero he de decirte que estoy seguro de que tú no eres un demonio apreciada dragona, porque yo una vez pelee con uno y no se parecía en nada a ti.

-Esa es una interesante historia que me gustaría mucho oir; contestó la dragona.

-¡Sí! ¡Sí!, queremos oirla, queremos oirla; dijeron al unísono tres vocecillas chillonas que salían de una galería cercana por la cual se asomaron también tres crías de dragón de piel roja.

-Está bien os la contaré, pero después me marcharé antes de que se haga tarde; comentó el santo mientras se sentaba en el suelo; Pues bien todo empezó después de que tras fracasar estrepitosamente en mi intento de construir el monasterio de esta población en la playa, el señor me envió a un ángel para que me ayudara a percatarme de mi ceguera, así fue como este me condujo hasta el lugar donde en la actualidad se encuentra el monasterio, despidiéndose de mi después con estas enigmáticas palabras "-Si logras hoy construir un monasterio, mañana será una catedral que guiará a todo Gales."

Nada más irse aquel mensajero de Dios pude comprobar que de aquel lugar emanaba una poderosa energía.

Así que mis compañeros y yo nos pusimos manos a la obra, trabajando duro hasta que al fin logramos terminar nuestro añorado monasterio, tan solo quedaba ya bendecirlo para que fuera un lugar verdaderamente santo, y pensé dejarle ese honor a mi maestro y mentor Stinan, el cual llegaría en un par de días, así que nada teníamos que temer... 

Pero mucho me equivocaba ya que aquel era y es un lugar de poder como pocos en todo el país e incluso en la isla. Y esa misma noche me desperté debido a una sensación de malestar general que recorría todo mi cuerpo.

Al ser incapaz de conciliar el sueño de nuevo me levanté y me dirigí a la despensa donde guardamos la cerveza que nosotros mismos hacemos, cuando de repente escuché un ruido, no muy estruendoso pero continuo. Lo seguí y este me llevó hasta el altar de la iglesia donde me encontré a un individuo que se me antojaba un temible a la par que extraño guerrero, llevando como vestimenta un pesado conjunto de pieles y cueros, con una larga melena rubia que se encontraba recogida con un moño en la nuca, repentinamente se volvió hacia mi, comprobando para mi asombro que las cuencas de sus ojos estaban vacías, huecas.


Daniel Gorostiza Limón.


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