Me dispongo a compartir aquí otro nuevo pequeño fragmento de mi libro La voz anónima, un relato perteneciente precisamente a la sección de relatos breves de esta obra titulada En las cocinas del imperio, espero que disfruteis de su lectura y que os haga reflexionar o mejor aún sentir.
Capítulo VIII: San David y el dragón. (conclusión.)
Entonces se lanzó sobre mi como si fuera un animal salvaje y mientras yo caía, sus blancas y delicadas manos se transformaban en garras, con las cuales me habría desgarrado si no fuera porque lo paré en el aire con mi don divino.
Lo lancé casi fuera del monasterio pero el se frenó en el aire y bajó al suelo donde comenzó a andar, intenté detenerlo pero me era imposible, así que aquella criatura de largas y cuidadas barbas llegó justo hasta donde yo estaba, ambos alzamos los brazos y juntamos las manos, forcejeando tanto física como espiritualmente, tal era ese forcejeo que comenzaba a sentirme agotado.
Parecía ser que aquella criatura no iba a cederme la custodia de aquel lugar de poder tan facilmente.
De hecho parecía ser que yo tenía las de perder y que el primer monasterio cristiano de Menevia iba a ser tomado por aquella infernal criatura, puesto que repentinamente sopló con fuerza y me arrojó contra la pared más lejana.
Por suerte reaccioné a tiempo evitando así el golpe haciendo uso de mis dones
divinos, pero estaba agotado, tanto que no podía ni sostenerme y caí de rodillas, parecía que estaba todo sentenciado y no sabía como darle la vuelta a mi desdicha, hasta que de pronto lo vi claro, así que golpeé el suelo del templo con la mano y de este comenzó a brotar agua, pero a la misma vez que obraba ese pequeño milagro, aquel demonio abrió la boca saliendo de la misma una enorme llamarada que se acercaba a gran velocidad hacia mi.
Yo comencé a hacerle la señal de la cruz al agua que seguía saliendo disparada hasta el techo, y por fortuna no solo para mi, pude acabarla cuando la llama ya casi me rozaba.
La consecuencia de mis actos fue que la llama se extinguió antes de siquiera tocarme, mientras que se formaba una enorme mancha gris en el aire, como una nube totalmente redonda y a la vez plana que atrajo al diablo hacia ella, tragándolo velozmente, y desapareciendo al instante.
A los dos días cuando el venerable Stinan llegó a bendecir el monasterio, no había ni rastro de lo sucedido, a excepción de dos pisadas justo en frente de la entrada del templo, las cuales podían pasar por por unas simples manchas en la roca que azarosamente habían tomado la forma de dos pies descalzos de un hombre alto.
-¡Que historia más fabulosa!; comentó una de los dragoncitos.
-El caso es que una vez hubo bendecido el lugar, mi maestro, el sabio pero excesivamente severo Stinan, me dijo que quizás fuera porque se estaba haciendo mayor, pero que le daba la impresión de que el monasterio ya había sido bendecido.
-¡Cuentanos otra!; exclamó otro de los pequeños dragones.
-Se hace tarde y ya va siendo hora de que el fraile se marche antes de que comiencen a preocuparse por él; dijo la madre dragona; pero antes de que te marches, permiteme decirte que con anteriodad a que la nueva religión llegara a esta isla, ya había hombres y también mujeres que luchaban por defender estas tierras de los señores del caos, y ahora muchos de esos individuos dotados de lo que tú has llamado dones divinos son perseguidos por hacer lo mismo que tú haces, solo que en nombre de otros Dioses...
-Permíteme que te interrumpa pero como tú misma has mencionado he de irme; comentó el galés que añadió: -Y si bien es cierto lo que has dicho de los míos, tampoco creo que los tuyos sean todos angelitos del cielo.
-Es cierto no lo somos, como en todo grupo hay tanto buenos como malos individuos al igual que también los hay que no son ni lo uno ni lo otro...
Comenzó el santo a avanzar hacía la galería, pero antes de entrar se giró y habló de esta manera: -Si me lo permitís me gustaría regresar otro día, ya que he disfrutado bastante, además de que creo haber aprendido más con esta conversación que en años de lectura y estudio.
-Serás sin duda bienvenido; afirmó la gran dragona; pero primero dime como te llamas.
-David; dijo él; ¿Y vosotros?
-Pues mis pequeños se llaman Pembroke, Powys y Vyrnwy, nombrados de izquierda a derecha y yo Walsee...
Tras aquel día se reunieron cada primero de mes para conversar ya fuera de lo divino, lo humano o lo dracónico, hasta que la muerte del santo concluyó con aquellos animados encuentros en los que comían y conversaban durante horas.
Lo cierto es que el leer esa historia me hizo soñar con los ojos abiertos deseando que fuera cierta, deseando poder encontrarme en mis frecuentes paseos por la zona a alguno de esos, que de ser cierta la historia serían los últimos de aquella antigua y lamentablemente casi extinta raza de los dragones que quedan en Gales y quizás en toda Gran Bretaña.
Cierto es que mi deseo no se ha cumplido, pero aun así no pierdo la esperanza de encontrármelos algún día, ya sea aquí en el Gales que estoy apunto de abandonar o allí en mi bienamada Andalucía a la que pronto regresaré. Como tampoco lo hago de que llegue un día en el que el hombre de cualquier religión o de ninguna, supere sus prejuicios y los deje tan atrás en el camino que estos jamás puedan alcanzarle, y abrace el amor como credo.
Daniel Gorostiza Limón.
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