Me dispongo a compartir aquí otro nuevo pequeño fragmento de mi libro La voz anónima, un relato perteneciente precisamente a la sección de relatos breves de esta obra titulada En las cocinas del imperio, espero que disfruteis de su lectura y que os haga reflexionar o mejor aún sentir.
Capítulo VIII: San David y el dragón. (1ª parte.)
Ayer estuve paseando por la ciudad de Saint David`s, mi hogar durante todos estos meses, y tras visitar de nuevo su imponente catedral, comencé a subir la cuesta que lleva de nuevo a la ciudad, pero me detuve antes de llegar al final de esta, puesto que entré en la pequeña librería local donde estuve varias horas ojeando libros, la mayoría de los cuales se editaron antes de nacer yo, finalmente compré uno sobre la geografía y demografía del Reino Unido, escrito a finales de los años treinta del siglo veinte para mi y un separapáginas para mi madre.
Aunque el que yo hubiera querido llevarme se quedó en la librería ya que según el anciano librero ese era un libro que pertenecía a su familia desde hacía generaciones.
Y hubo una historia que me llamó la atención desde el principio, lo primero que ví fue una imagen del santo almorzando con un dragón de piel roja. Tras ser atrapado por esa imagen, no pude más que devorar la historia en la planta alta de aquella vieja librería sentado en la única silla que había en ese lugar, sin importarme para nada que su madera fuera tan dura que no tuviera nada que envidiar a la roca.
Esa historia es la historia que ahora me dispongo a reproducir, que es la historia de un dragón celta y un santo cristiano, y aunque sobra decirlo diré que hay dragones y dragones, como también hay santos y santos. Hay por ejemplo dragones como los orientales que en su mayoría no son ni buenos ni malos, lo cual sucedía casi de idéntica manera con los occidentales antes de que el cristianismo fuera la principal religión de Europa, y con su credo de que el hombre es el rey de la creación olvidara el respeto de los hombres antiguos a la Madre Tierra y a todas sus criaturas, y de entre ellas a los dragones.
Pero como digo, igualmente en todas las religiones hay santos y santos, también en el cristianismo, pues si bien conoceis la historia de San Jorge, patrón de Inglaterra, Cataluña, la ciudad italiana de Ferrara donde pasé unos nueve meses que fueron de los más intensos de mi vida, y Palos de La Frontera, el pueblo en el que me crié. Allí se habla de un valiente y noble caballero que se enfrentó a un vil y feroz dragón, acabando finalmente con la vida de la bestia.
Y de eso va esta historia, de como el dragón rojo de las verdes tierras galesas y el santo se conocieron.
Conocida era la habilidad del santo galés de hacer brotar manantiales a voluntad cuando la ocasión así lo requería, y eso era lo que se encontraba haciendo en la cercana isla de Ramsey, tras lo cual se despidió de su amigo el también santo Stinan 1 y se encaminó en bote hacia Menevia que es como se llamaba por aquel entonces la actual Saint David`s, dirigiéndose hacia su iglesia.
Y mientras remaba hacia la costa pensaba en como su amigo Stinan, que sin duda era un hombre sabio y de gran ingenio, podía ser tan conservador, lo cual a su entender era más que contadictorio.
1 San Justiniano, también conocido como Stinan, Jestin o Iestin, fue un hermitaño del siglo sexto después de Cristo que vivía en la isla de Ramsey, cerca de Saint David`s, en el condado galés de Pembrokeshire.
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