jueves, 13 de junio de 2019

Joyas literarias XI

A continuación incluyo un cuarto fragmento de La Odisea de Homero donde se narra el encuentro del terrible Cíclope con Odiseo (Ulises para los romanos), el cual es uno de mis primeros héroes de ficción y aún uno de mis héroes favoritos, pues su gran virtud no era una gran fuerza, valor o coraje, sino su astucia, su inteligencia: 

"Así hablé, y él la tomó, bebió y gozó con grata sorpresa del dulce vino. Y me pidió más: -Dame más de buen grado y dime ya tu nombre para que te ofrezca el don de hospitalidad con el que te vas a alegrar. Pues también la donadora de vida, la Tierra, produce para los cíclopes vino de grandes uvas y la lluvia de Zeus las hace crecer. Pero esto es una catarata de ambrosía y néctar.
Así habló, y yo le ofrecí de nuevo rojo vino. Tres veces se lo llevé y tres veces bebió sin medida. Después, cuando el rojo vino había invadido la mente del cíclope, me dirigí a él con dulces palabras: -Cíclope, ¿Me preguntas mi célebre nombre? Te te lo voy a decir, mas dame tú el don de hospitalidad como me has prometido. Nadie es mi nombre, y Nadie me llaman mi madre y mi padre y todos mis compañeros.
Así hablé, y él me contestó con corazón cruel: -A Nadie me lo comeré último entre sus compañeros y a los otros antes. Este será tu don de hospitalidad.
Dijo, se tiró hacia atrás y cayó boca arriba. Estaba tumbado con su robusto cuello inclinado a un lado y de su garganta saltaba vino y trozos de carne humana y eructaba por estar cargado de vino.
Entonces arrimé la estaca bajo el abundante rescoldo para que se calentara y comencé a animar con mi palabra a todos los compañeros, no fuera que alguno se me escapara por miedo. Y cuando la estaca estaba a punto de arder en el fuego, verde como estaba, y resplandecía terriblemente, me acerqué y la saqué de las llamas, y mis compañeros me rodearon, pues sin duda un dios les infundía gran valor. Tomaron la aguda estaca de olivo y se la clavaron en el ojo, y yo hacía fuerza desde arriba y le daba vueltas. Como cuando un hombre taladra con un trépano la madera destinada a un navío, otros abajo la atan a ambos lados con una correa y la madera gira continua, incesantemente; así hacíamos dar vueltas, bien asida,  la estaca de punta de fuego en el ojo del cíclope y la sangre corría por ella caliente. La estaca ardiente le quemó los párpados, las cejas y las pupilas cuyas raíces crepitaban por el fuego. Como cuando un herrero sumerge una gran hacha o una garlopa en agua fría para templarla y esta resuena con gran estrépìto, pues este es el poder del hierro, así resonaba el ojo del cíclope en torno a la estaca de olivo. Lanzó un gemido grande y horroroso, la piedra retumbó en torno y nosotros huimos aterrorizados.
Entonces se extrajo del ojo la estaca empapada en sangre y, enloquecido, la arrojó de sí con las manos. Y al punto se puso a llamar a grandes voces a los cíclopes que habitaban a su alrededor, en cuevas, por las ventiscosas cumbres. Al oír estos sus gritos, venían cada uno de un sitio y se colocaron alrededor de su cueva y le preguntaron qué le afligía: -¿Qué dolor tan grande sufres, Polifemo, para gritar de esa manera en la noche inmortal y hacernos abandonar el sueño? ¿Es que alguno de los mortales se lleva tus rebaños contra tu voluntad o te está matando alguien con engaño o con sus fuerzas?
Y les contestó desde la cueva el poderoso Polifemo: -Amigos, Nadie me mata con engaño y no con sus propias fuerzas.
Y ellos le contestaron y le dijeron aladas palabras: -Pues si nadie te ataca y estás solo, no puedes escapar de la enfermedad que te envía el gran Zeus, pero al menos suplica a tu padre Poseidón, el soberano.
Así dijeron, y se marcharon. Y mi corazón rompió a reír: ¡cómo los había engañado mi nombre y mi astucia irreprochable!"
(Continuará...)

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