jueves, 23 de mayo de 2019

Joyas literarias VIII

A continuación incluyo un primer fragmento de La Odisea de Homero donde se narran las aventuras de Odiseo (Ulises para los romanos) uno de mis primeros héroes de ficción y aún uno de mis héroes favoritos, pues su gran virtud no era su gran fuerza, valor o coraje, sino su astucia, su inteligencia: 

"Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, deambulamos llenos de admiración por la isla. Entonces las ninfas, las hijas de Zeus, portador de la égida, despertaron  a las cabras montaraces para que comieran mis compañeros. Así que enseguida sacamos de las naves los curvados arcos y las lanzas de largas puntas y ordenados en tres grupos comenzamos a disparar. Pronto un dios nos proporcionó abundante caza. Me seguían doce naves, a cada una de ellas les tocaron en suerte nueve cabras y tomé diez para mí. Así estuvimos todo el día hasta que Helios se sumergió, comiendo innumerables trozos de carne y bebiendo. El dulce vino todavía no se había agotado en las naves, sino que aún quedaba, pues cada uno había guardado mucho en las ánforas cuando tomamos la sagrada ciudad de los cicones. Echamos un vistazo a la tierra de los cíclopes que estaban cerca y vimos el humo de sus fogatas y escuchamos el vagido de sus ovejas y cabras. Y cuando Helios se sumergió y sobrevino la oscuridad, nos acostamos sobre la ribera del mar.

Cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, convoqué a una asamblea y les dije a todos: -Quedaos ahora los demás, mis fieles compañeros, que yo con mi nave y los que me acompañan voy a llegarme a esos hombres para saber quiénes son, si soberbios, salvajes y carentes de justicia o amigos de los forasteros y con sentimientos de piedad para con los dioses.
Así dije, me embarqué, ordené a mis compañeros que embarcaran también ellos y soltaran amarras. Lo hicieron sin tardanza, se acomodaron en los bancos y, sentados, comenzaron a batir el canoso mar con los remos. Y cuando llegamos a un lugar cercano, vimos una cueva próxima al mar, elevada y rodeada de laureles que le daban sombra. Allí pasaban la noche varias manadas de ovejas y cabras y alrededor había una alta cerca construida con piedras hundidas en la tierra y con enormes pinos y encinas de elevada copa. Allí habitaba un hombre monstruoso, solo, apartado, que apacentaba sus rebaños y no frecuentaba a los demás, sino que vivía alejado y tenía pensamientos impíos. Era un monstruo digno de espanto: no se parecía a un hombre, a uno que come trigo, sino a una cima cubierta de bosque de las elevadas montañas que aparece sola, destacada de las otras.
Entonces ordené al resto de mis fieles compañeros que se quedaran allí junto a la nave y que la botaran. Yo escogí a mis doce mejores hombres y me puse en camino. Llevaba un odre de piel de cabra con negro y agradable vino que me había dado Marón, el hijo de Evanto, el sacerdote de Apolo protector de Ismaro, porque lo había salvado junto con su hijo y esposa respetando su techo. Habitaba en el frondoso bosque de Febo Apolo y me había donado regalos excelentes: me dio siete talentos de oro bien trabajados, una crátera toda de plata y, además, doce ánforas llenas de agradable vino no mezclado, bebida divina. Ninguna de las esclavas ni de los esclavos de palacio conocían su existencia, sino solo él, su esposa y su despensera. Siempre que bebían el rojo y agradable vino llenaba una copa y vertía veinte medidas de agua, y desde la crátera se esparcía un olor delicioso, admirable; en ese momento no era agradable alejarse de allí. De este vino me llevé un gran odre lleno y también provisiones en un saco de cuero, porque mi noble ánimo presintió que marchaba en busca de un hombre dotado de gran fuerza, salvaje, desconocedor de la justicia y de las leyes."
(Continuará...)

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