Aquí os dejo un fragmento de mi novela Edrev, la esmeralda de los cielos: Génesis, para ir abriendo boca, en este caso del Capítulo I: Génesis y Cosmogonía:
"-Hay más arcos y ballestas en la bodega.
-Lo siento, pero soy más diestro en el arte de la esgrima.
-También allí podrás encontrar el mejor acero élfico.
Cuando espada en mano subí, el combate ya había comenzado y pude ver como unas increíblemente horrendas criaturas de pieles grises y largas melenas blancas trataban de abordarnos pero eran repelidas por una lluvia de flechas que las hacía caer al mar, aun así algunos de estos lograban aterrizar en la cubierta con vida,
lo cual me obligó a darle un uso no deseado al sable y así comencé a combatir a esas no demasiado hábiles pero si extremadamente resistentes criaturas. Y cinco de ellas cayeron bajo mi habilidad con el acero, pero de repente cuando le sacaba mi espada del pecho a la sexta, pude sentir en mi nuca el aliento de uno de esos deformes seres, me giré pero ya era tarde, el orco estaba bajando el brazo para golpearme con su mazo y triturarme los huesos, sorprendentemente cuando ya percibía la cercanía de la muerte, el orco fue empujado con vehemencia por el costado hacía la cubierta. Cuando pude ver que era lo que lo había derribado pude comprobar que era una flecha. Al seguir su trayectoria, sin dejar, claro está, de combatir a los numerosos enemigos que aún quedaban en pie, fui capaz de entrever que había caído gracias a una de las flechas de Candithilien, a cuyos pies se amontonaban los orcos por decenas. Argenafle a la que el combate había llevado a mi lado me dijo mientras con su acero partía en dos a uno de esos temibles seres: -Candithilien no solo es conocida por ser la mejor de nuestros cartógrafos, sino también como una de nuestros mejores arqueros.
La batalla fue tan feroz como aquellas tremendamente vehementes criaturas que no cedían ante nada, y lamentablemente pese a la gran habilidad en combate de esos pacíficos elfos que decían sentir un profundo malestar por haber tenido que arrancarle la vida a otro ser vivo, incluso a uno tan aberrante como un orco, hubo una baja en nuestras filas. Doni, el viejo lobo de mar. Aun hoy recuerdo como pasó todo, Argenafle y yo combatíamos espalda con espalda y acero con acero contra aquellas grisáceas criaturas, cuando al abatir con mi espada a un orco que pretendía atacarla por el costado, me di cuenta de que una lágrima, tan solo una, recorría la mejilla izquierda de Argenafle. Lo cual es un hecho bastante excepcional puesto que los elfos rara vez lloran las penas, es mediante el cantó como se desprenden de ellas. Entonces ella se abrió camino entre los cada vez más escasos orcos que poblaban nuestro navío, los cuales se desplomaban como sacos de patatas tras su paso, mientras en la proa del barco Doni caía bajo los quebrantahuesos de seis orcos. Con su sable dirigido por la furia, cosa que escasas veces se puede ver en un elfo, derribó a tres de ellos sin esfuerzo y sin darles tiempo a que se dieran cuenta de que era aquella némesis la que les privaba de sus vidas de forma tan repentina. De los otros tres, dos cayeron bajo las flechas de Candithilien, y del sexto di cuenta yo mismo,
siendo casualmente este el último orco que quedaba con vida en el barco. La contienda había al fin terminado, y Argenafle se agachó junto a Doni, una vez nos hubo pedido que ya que no estábamos en tierra y que tampoco teníamos barcas suficientes para todos, por lo cual no podíamos dar élfica sepultura a nuestros adversarios, lo lógico era llevarlos a su embarcación para posteriormente prenderle fuego y así cumplir, aunque fuera parcialmente, con el rito del entierro que en la soledad de los mares era realizado por los marinos de Al-Andalus desde los primeros tiempos. Y así, mientras nosotros transportábamos a nuestros terribles enemigos a su estremecedora embarcación, ella le susurraba élficas palabras, que eran contestadas por murmuraciones del cada vez más debilitado Doni. Todo lo cual me fue siendo traducido casi simultáneamente por Candithilien a la que ayudaba a trasladar a los pesados orcos. Y tal como me fue contado así lo transcribo.
-No te entristezcas Argenafle, acabar la vida en los océanos es la más bella de las muertes que un marino que lleva milenios recorriéndolos puede hallar; susurró Doni respirando con excesiva dificultad; y no te engañes porque sabes que mi muerte es sin duda algo definitivo que ninguno de los mejunjes o artes curativas de Kasado podrá evitar."
Espero que este sexto fragmento que publico aquí en mi blog de Edrev, la esmeralda de los cielos: Génesis, halla sido de vuestro agrado y ya sabéis que si queréis saber más sobre lo que les sucede a los intrépidos ajornautas, podréis encontrar todas esas respuestas en la novela ya a la venta en amazon.es
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