Capítulo
V: Likaión, el Dios de los lupinos.
Después
de una cena agradable en la cual hablaron con toda tranquilidad, de
cuanto les había sucedido en aquellos años que habían estado
separados. Siendo tan solo ahogado este buen ambiente, en algunos
momentos concretos, por el resentimiento del abuelo de Spring, que a
veces, no fue capaz de reprimirse. Pero afortunadamente la prudencia
de Casandra, su mujer, era un freno bastante efectivo para el
mencionado resentimiento. Después de la cena y la posterior
sobremesa, todos durmieron placidamente, pero no tendrían la misma
suerte al llegar la siguiente noche. Todo comenzó antes de la cena,
cuando el señor Sigfrid se hallaba repitiendo aquel casí místico
ritual que era para él, la limpieza y posterior uso de su pipa, a
continuación miró a los ojos, de color azul-verdoso tan profundos
como el más bello océano, de su nieta y empezó a narrar la
historia de los androzoos.
Esos seres de leyenda, hombres de día y fauna de noche, esos hombres
animales o animales humanos, que se extinguieron gracias a un Dios
cruel con un maquiavélico y a la vez simple plan. Simple como su
labor, marcar el curso de aquel imparable acontecimiento llamado
tiempo.
-Antes
de seguir por donde lo dejamos; comentó el señor Sigfrid después
de soltar una bocanada de humo por la boca; he de explicarte una
cosa. Esos misteriosos seres que quizás nunca existieron, se
dividían en cuatro grupos que eran fácilmente reconocibles, incluso
de día cuando adoptaban su forma humana. Los seres del aire, que
mantenían sus ojos marrones, ya fuera de día o de noche.
Los
pobladores del mundo acuático que eran de ojos negros. Los seres
terrestres que se alimentaban de lo que la naturaleza les daba, ya
fueran frutos o simple pasto, que llevaban esa condición incluso en
el verde de sus ojos. Y los depredadores de estos, que eran conocidos
por el azul de su mirada. Pues fue al rey de estos últimos, al rey
de los licántropos a quien Cronos, padre cruel y vengativo que en
otra época se había alimentado de sus divinos hijos posteriormente
rescatados por Zeus, a quien se apareció. Sabiendo Cronos que no
sería complicada la tarea de convencer
a un rey cuyos apodos
eran el ambicioso y el arrogante.
Aprovechó
el astuto Dios un día en el que los Dioses celebraban un gran
banquete en sus olímpicas moradas, llamadas así por hallarse en el
legendario monte sagrado del mismo nombre. Conmemoraban el día del
nacimiento de la Diosa Atenea, la Diosa que nació de la cabeza del
propio Zeús. Así que aprovechó Cronos ese día, en el cual los
inmortales Dioses ignoraban lo que en el mundo de los mortales
pasaba, para aparecérsele a aquel codicioso rey. Al que prometió
convertir en un Dios, en un ser inmortal bañándole en un lago cuya
localización solo los Dioses conocían y que hacía inmortales a
quienes en él totalmente se sumergían. Todo ello a cambio de que se
encargara de eliminar a las otras razas de los androzoos,
ya
que si así lo hacía sus
súbditos dejarían de adorar a Zeus y le venerarían a él, el gran
Likaión. No hubo necesidad de insistir mucho más puesto que Likaión
que ya se veía como un gran Dios adorado por multitudes que le
ofrecían los más crueles sacrificios, a cambio de su ansiada
protección, aceptó sin dudarlo. Y convenció a la mayor parte de
sus subordinados, para que se dispusiesen a eliminar al resto de los
seres. Tan solo diez parejas de estas criaturas se negaron, y se
dispusieron a defender a esos seres que poblaban Grecia ya fueran
estos aereos, acuáticos, o terrestres. Pero dado que eran muchos
menos que los lobos fieles a Likaión no pudieron evitar la masacre.
Solo una loba que después sería conocida con el nombre de Agapita,
o Antonia..., Andrea quizás... bueno no recuerdo bien su nombre...
Pues esta loba se acercó al pequeño templo que Atenea, la Diosa de
la sabiduría, tenía en lo alto de una colina cercana. Y allí
frente a la estatua de la Diosa de claros ojos, relató lo que estaba
sucediendo y pidió ayuda para todos aquellos seres que estaban
muriendo a manos de Likaión y sus ruines siervos. No acabó de hacer
esa plegaria, cuando la estatua tomó forma humana y frente a la
loba, apareció una bella y alta joven de pelo largo y negro, y de
unos deslumbrantes ojos verdes, vestida y armada como una fiera
guerrera, con casco, escudo y lanza.
-No
te preocupes que todo se solucionará; le dijo la Diosa de ojos de
lechuza, y al momento desapareció de su vista y apareció de nuevo
en el Olimpo. En su bella mansión, el lugar donde los Dioses
celebraban aquel grandioso festejo en su honor, al verla Zeus le
preguntó: -¿A dónde has ido hija mía?, tú la que tan solo con tu
presencia, me haces enorgullecerme de ser tu padre.
-Me
pareció oír que alguien me llamaba y así era; le respondió
Atenea, la Diosa que junto al Dios Hefestos enseñó a los hombres
las profesiones; y según parece, vuestro padre Cronos viene a
recuperar lo que cree que es suyo.
-Vamos
hija, ¿Cómo puedes creer semejante tontería salida de la boca de
un mortal? Mortal al que sin duda, deberías castigar. Ese anciano
tiembla tan solo al oír mi nombre, ¿Cómo va a venir aquí a
intentar destronarme?; contestó engreído el todopoderoso Zeus.
Tras
escuchar estas palabras, Atenea se marchó tremendamente irritada, lo
cual, por cierto, no cambió nada de lo que allí estaba sucediendo,
ya que los Dioses siguieron comiendo y bebiendo sin parar las
delicias del festín. Atenea, sin embargo montó en su carro, una
elegante cuadriga tirada por cuatro hermosos caballos alados negros y
se marchó hacia el lugar donde se encontraba su abuelo. Una vez
allí, se dirigió lanza en mano a toda la velocidad que sus caballos
le permitían hacia Cronos, que montó de inmediato en su cuadriga de
blancos y embravecidos corceles y se abalanzó contra ella. De este
choque entre inmortales que se produjo en los cielos, Cronos salió
derribado, cayendo a tierra firme, donde Atenea se le apareció para
seguir combatiendo, con su escudo y su espada, en una cruenta lucha
cuyo clamor llegó hasta los oídos de los inmortales Dioses. Y Zeus,
el llamado padre de todos ellos, decidió ir en ayuda de su amada
hija, pero llegó tarde. Pues cuando se apareció en el lugar donde
la masacre de los androzoos
se
había producido, Cronos ya había sido derrotado. Zeus se acercó a
él y le dijo, mientras este se levantaba del suelo al que su nieta
le había arrojado por segunda vez: -Te di una oportunidad digna de
ti, o al menos eso creía, reinar en la bella península que los
siglos llamarán Italia. Pero tú no podías conformarte con eso. No,
tú tenías que destruir lo que mis hijos, mi esposa y yo hemos
construido. Debería darte el más cruel de los castigos, pero para
demostrarte que aún siendo tú mi padre, en nada me parezco a ti,
seré bondadoso contigo. Te permitiré volver a Italia, donde todavía
te consideran un buen Dios, aquellos que te llaman Saturno. Pero te
prometo que si vuelves a intentar lo mas mínimo contra mi o contra
los míos, te encerraré en las entrañas de la tierra durante toda
la eternidad y mas aún.
Sorpredentemente
Cronos se marchó cabizbajo y avergonzado a Italia, donde reinó
durante siglos, como un Dios benévolo y sin tacha.
Atenea
se acercó a su padre y le dijo: -Padre, ¿Cómo resolveremos todo lo
referente a
los androzoos?
Zeus
con una sonrisa en los labios, le habló de esta forma: -Eso
soluciónalo tú, ¿O acaso no eres la Diosa de las causas justas?
Pues aquí tienes una justa causa que poder resolver, y he de suponer
que alguien que ha vencido al poderoso Cronos, no tendrá problema
alguno en resolver esta menudencia.
Tras
esto desapareció, dejando en manos de la sabia Atenea la solución
de aquel dilema. Y esta decidió sin tardar mucho que los androzoos
muertos, la mayoría, irían a los Campos Elíseos, área del Reino
de los Muertos, donde existen todas las cosas bellas, todos los
placeres imaginables, y otros que son imposibles de imaginar, lugar a
donde solo podían ir los héroes y gentes de buen corazón. Y a los
que seguían vivos, les dio varias opciones, cada una con sus
consecuencias. Podían decidir ser simplemente animales, que fue lo
que muchos eligieron al ver lo que había sido capaz de hacer la
maldad humana. También podrían optar por ser simplemente humanos, y
junto con los hombres venidos del centro de Europa, repoblarían
Grecia. Y a algunos de ellos, entre los que estaba la loba que la
invocó, les fue concedido el poder seguir siendo lo que eran, a
condición de que se dispersaran para no despertar sospechas entre
los tan temibles como temerosos humanos, pues los Dioses no podían
estar protegiéndoles siempre. Así que nuestra loba emigró a
Italia, donde fue por todos conocida como la Loba Capitolina, la loba
que amamantó a los nietos de Eneas, el fiero guerrero troyano que
escapó de la destrucción de su ciudad. Estos nietos se llamaban
Romulo y Remo, y la historia les concede el honor de haber fundado la
grandiosa y decadente Roma. Después de esto, estuvo viajando por
toda Europa, y algunos dicen que llegó a Escocia, donde conoció a
un joven apuesto del que se enamoró. Y juntos tuvieron una hermosa
relación, hasta que ella le contó su
secreto
y él tuvo que decidir si su amor era lo suficientemente fuerte como
para soportarlo. Mas por suerte para los dos así fue, él no solo la
aceptó tal y como era, sino que se unió a ella. Luego nadie más
que su madre supo nada más de él. Esto último sucedió según
cuentan en el 1219. Hoy en 1912, todavía se escuchan leyendas por
estos parajes, que afirman que los dos lupinos siguen vivos. Y que se
ocultan en algún lugar de las Highlands,
las tierras altas escocesas.
En
cuanto a Likaión y sus seguidores, desconozco totalmente cual fue el
destino que deparó para ellos la Diosa de níveos brazos.
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