lunes, 17 de agosto de 2015

Tres Mujeres en un mundo cambiante, Volumen I: Libro II: I parte:

Capítulo V: Likaión, el Dios de los lupinos.

Después de una cena agradable en la cual hablaron con toda tranquilidad, de cuanto les había sucedido en aquellos años que habían estado separados. Siendo tan solo ahogado este buen ambiente, en algunos momentos concretos, por el resentimiento del abuelo de Spring, que a veces, no fue capaz de reprimirse. Pero afortunadamente la prudencia de Casandra, su mujer, era un freno bastante efectivo para el mencionado resentimiento. Después de la cena y la posterior sobremesa, todos durmieron placidamente, pero no tendrían la misma suerte al llegar la siguiente noche. Todo comenzó antes de la cena, cuando el señor Sigfrid se hallaba repitiendo aquel casí místico ritual que era para él, la limpieza y posterior uso de su pipa, a continuación miró a los ojos, de color azul-verdoso tan profundos como el más bello océano, de su nieta y empezó a narrar la historia de los androzoos1. Esos seres de leyenda, hombres de día y fauna de noche, esos hombres animales o animales humanos, que se extinguieron gracias a un Dios cruel con un maquiavélico y a la vez simple plan. Simple como su labor, marcar el curso de aquel imparable acontecimiento llamado tiempo.
-Antes de seguir por donde lo dejamos; comentó el señor Sigfrid después de soltar una bocanada de humo por la boca; he de explicarte una cosa. Esos misteriosos seres que quizás nunca existieron, se dividían en cuatro grupos que eran fácilmente reconocibles, incluso de día cuando adoptaban su forma humana. Los seres del aire, que mantenían sus ojos marrones, ya fuera de día o de noche.
Los pobladores del mundo acuático que eran de ojos negros. Los seres terrestres que se alimentaban de lo que la naturaleza les daba, ya fueran frutos o simple pasto, que llevaban esa condición incluso en el verde de sus ojos. Y los depredadores de estos, que eran conocidos por el azul de su mirada. Pues fue al rey de estos últimos, al rey de los licántropos a quien Cronos, padre cruel y vengativo que en otra época se había alimentado de sus divinos hijos posteriormente rescatados por Zeus, a quien se apareció. Sabiendo Cronos que no sería complicada la tarea de convencer a un rey cuyos apodos eran el ambicioso y el arrogante.
Aprovechó el astuto Dios un día en el que los Dioses celebraban un gran banquete en sus olímpicas moradas, llamadas así por hallarse en el legendario monte sagrado del mismo nombre. Conmemoraban el día del nacimiento de la Diosa Atenea, la Diosa que nació de la cabeza del propio Zeús. Así que aprovechó Cronos ese día, en el cual los inmortales Dioses ignoraban lo que en el mundo de los mortales pasaba, para aparecérsele a aquel codicioso rey. Al que prometió convertir en un Dios, en un ser inmortal bañándole en un lago cuya localización solo los Dioses conocían y que hacía inmortales a quienes en él totalmente se sumergían. Todo ello a cambio de que se encargara de eliminar a las otras razas de los androzoos, ya que si así lo hacía sus súbditos dejarían de adorar a Zeus y le venerarían a él, el gran Likaión. No hubo necesidad de insistir mucho más puesto que Likaión que ya se veía como un gran Dios adorado por multitudes que le ofrecían los más crueles sacrificios, a cambio de su ansiada protección, aceptó sin dudarlo. Y convenció a la mayor parte de sus subordinados, para que se dispusiesen a eliminar al resto de los seres. Tan solo diez parejas de estas criaturas se negaron, y se dispusieron a defender a esos seres que poblaban Grecia ya fueran estos aereos, acuáticos, o terrestres. Pero dado que eran muchos menos que los lobos fieles a Likaión no pudieron evitar la masacre. Solo una loba que después sería conocida con el nombre de Agapita, o Antonia..., Andrea quizás... bueno no recuerdo bien su nombre... Pues esta loba se acercó al pequeño templo que Atenea, la Diosa de la sabiduría, tenía en lo alto de una colina cercana. Y allí frente a la estatua de la Diosa de claros ojos, relató lo que estaba sucediendo y pidió ayuda para todos aquellos seres que estaban muriendo a manos de Likaión y sus ruines siervos. No acabó de hacer esa plegaria, cuando la estatua tomó forma humana y frente a la loba, apareció una bella y alta joven de pelo largo y negro, y de unos deslumbrantes ojos verdes, vestida y armada como una fiera guerrera, con casco, escudo y lanza.
-No te preocupes que todo se solucionará; le dijo la Diosa de ojos de lechuza, y al momento desapareció de su vista y apareció de nuevo en el Olimpo. En su bella mansión, el lugar donde los Dioses celebraban aquel grandioso festejo en su honor, al verla Zeus le preguntó: -¿A dónde has ido hija mía?, tú la que tan solo con tu presencia, me haces enorgullecerme de ser tu padre.
-Me pareció oír que alguien me llamaba y así era; le respondió Atenea, la Diosa que junto al Dios Hefestos enseñó a los hombres las profesiones; y según parece, vuestro padre Cronos viene a recuperar lo que cree que es suyo.
-Vamos hija, ¿Cómo puedes creer semejante tontería salida de la boca de un mortal? Mortal al que sin duda, deberías castigar. Ese anciano tiembla tan solo al oír mi nombre, ¿Cómo va a venir aquí a intentar destronarme?; contestó engreído el todopoderoso Zeus.
Tras escuchar estas palabras, Atenea se marchó tremendamente irritada, lo cual, por cierto, no cambió nada de lo que allí estaba sucediendo, ya que los Dioses siguieron comiendo y bebiendo sin parar las delicias del festín. Atenea, sin embargo montó en su carro, una elegante cuadriga tirada por cuatro hermosos caballos alados negros y se marchó hacia el lugar donde se encontraba su abuelo. Una vez allí, se dirigió lanza en mano a toda la velocidad que sus caballos le permitían hacia Cronos, que montó de inmediato en su cuadriga de blancos y embravecidos corceles y se abalanzó contra ella. De este choque entre inmortales que se produjo en los cielos, Cronos salió derribado, cayendo a tierra firme, donde Atenea se le apareció para seguir combatiendo, con su escudo y su espada, en una cruenta lucha cuyo clamor llegó hasta los oídos de los inmortales Dioses. Y Zeus, el llamado padre de todos ellos, decidió ir en ayuda de su amada hija, pero llegó tarde. Pues cuando se apareció en el lugar donde la masacre de los androzoos se había producido, Cronos ya había sido derrotado. Zeus se acercó a él y le dijo, mientras este se levantaba del suelo al que su nieta le había arrojado por segunda vez: -Te di una oportunidad digna de ti, o al menos eso creía, reinar en la bella península que los siglos llamarán Italia. Pero tú no podías conformarte con eso. No, tú tenías que destruir lo que mis hijos, mi esposa y yo hemos construido. Debería darte el más cruel de los castigos, pero para demostrarte que aún siendo tú mi padre, en nada me parezco a ti, seré bondadoso contigo. Te permitiré volver a Italia, donde todavía te consideran un buen Dios, aquellos que te llaman Saturno. Pero te prometo que si vuelves a intentar lo mas mínimo contra mi o contra los míos, te encerraré en las entrañas de la tierra durante toda la eternidad y mas aún.
Sorpredentemente Cronos se marchó cabizbajo y avergonzado a Italia, donde reinó durante siglos, como un Dios benévolo y sin tacha.
Atenea se acercó a su padre y le dijo: -Padre, ¿Cómo resolveremos todo lo referente a los androzoos?
Zeus con una sonrisa en los labios, le habló de esta forma: -Eso soluciónalo tú, ¿O acaso no eres la Diosa de las causas justas? Pues aquí tienes una justa causa que poder resolver, y he de suponer que alguien que ha vencido al poderoso Cronos, no tendrá problema alguno en resolver esta menudencia.
Tras esto desapareció, dejando en manos de la sabia Atenea la solución de aquel dilema. Y esta decidió sin tardar mucho que los androzoos muertos, la mayoría, irían a los Campos Elíseos, área del Reino de los Muertos, donde existen todas las cosas bellas, todos los placeres imaginables, y otros que son imposibles de imaginar, lugar a donde solo podían ir los héroes y gentes de buen corazón. Y a los que seguían vivos, les dio varias opciones, cada una con sus consecuencias. Podían decidir ser simplemente animales, que fue lo que muchos eligieron al ver lo que había sido capaz de hacer la maldad humana. También podrían optar por ser simplemente humanos, y junto con los hombres venidos del centro de Europa, repoblarían Grecia. Y a algunos de ellos, entre los que estaba la loba que la invocó, les fue concedido el poder seguir siendo lo que eran, a condición de que se dispersaran para no despertar sospechas entre los tan temibles como temerosos humanos, pues los Dioses no podían estar protegiéndoles siempre. Así que nuestra loba emigró a Italia, donde fue por todos conocida como la Loba Capitolina, la loba que amamantó a los nietos de Eneas, el fiero guerrero troyano que escapó de la destrucción de su ciudad. Estos nietos se llamaban Romulo y Remo, y la historia les concede el honor de haber fundado la grandiosa y decadente Roma. Después de esto, estuvo viajando por toda Europa, y algunos dicen que llegó a Escocia, donde conoció a un joven apuesto del que se enamoró. Y juntos tuvieron una hermosa relación, hasta que ella le contó su secreto y él tuvo que decidir si su amor era lo suficientemente fuerte como para soportarlo. Mas por suerte para los dos así fue, él no solo la aceptó tal y como era, sino que se unió a ella. Luego nadie más que su madre supo nada más de él. Esto último sucedió según cuentan en el 1219. Hoy en 1912, todavía se escuchan leyendas por estos parajes, que afirman que los dos lupinos siguen vivos. Y que se ocultan en algún lugar de las Highlands, las tierras altas escocesas.
En cuanto a Likaión y sus seguidores, desconozco totalmente cual fue el destino que deparó para ellos la Diosa de níveos brazos.


1 En griego se escribiría androzoos

Espero que os haya gustado este el último fragmento que publicaré aquí en este blog y ya sabéis que si queréis conocer lo que le sucede después a Spring o que le acontece a su madre Kate, podéis encontrar todas estás respuestas en mi novela Tres Mujeres en un mundo cambiante, Volumen I, a la venta en amazon.es

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