sábado, 1 de agosto de 2015

Tres Mujeres en un mundo cambiante, Volumen I: Libro II: III parte:

Capítulo IV: El amo de las gárgolas.

Por aquel entonces Spring decidió poner fin al misterio que se desenvolvía alrededor de aquella catedral. Esta era una de las tres edificaciones religiosas de origen europeo de la ciudad, siendo la única de esas iglesias que era católica. Este era además un lugar frecuentado, entre otros y por motivos laborales, por su más que amigo Eidan Nadie.
Pues bien, aquella noche, se encontraba situada entre las sombras del portal de una de las viviendas que estaban de frente al lateral derecho de aquella catedral gótica al más puro estilo francés, tanto que se diría que era una versión reducida de la de Notre-Dame de París.
Ella, a pesar de sus sesenta y cinco años conservaba una vitalidad, agilidad y fuerza nada propias de su edad, heredadas de su madre decía ella. Desconociendo sin la más mínima sospecha lo cierto que era eso, pues sin duda ignoraba el gran secreto que su madre guardó durante toda su vida y que solo llegó a conocer su marido, el padre de Spring. Pero esa, la leyenda de la vampiresa que dejó de serlo, es otra historia ya narrada íntegramente en “La joven y su secreto”, a la cual me remito. Ahora nos concierne saber que fue aquello que dejó a Spring totalmente sorprendida y confundida aquella noche de octubre de 1964.
Había oído desde su llegada a aquella localidad del norte de la India de cuyo nombre no quiero acordarme, en Septiembre de 1949, leyendas sobre las gárgolas de aquella catedral. Se rumoreaba que en el pasado esas figuras de piedra se les habían aparecido a los lugareños en sus hogares. Otros, en cambio, le habían contado que estas habían sido vistas en siglos anteriores, pero que solo se las veía sobrevolando la catedral. En cualquier caso ambas versiones coincidían en que esto solo sucedía cuando se avecinaba una grave amenaza, y que su conducta nada propia de una escultura tallada en piedra no tenía otro objetivo que el de proteger a la ciudad y sus habitantes. Según decían esas supersticiones que habían vuelto a resurgir en los últimos años, estas grotescas figuras solo obedecían a un individuo, que era portador de una especie de bastón mágico, llamado popularmente el amo de las gárgolas.
En cuanto a la catedral, sabía que este era un edificio que había sido comenzado a construir en 1540, por orden de un grupo de frailes franciscanos galeses de la localidad de Carmarthen. Los cuales abandonaron Gales cuando Enrique VIII, rey de Inglaterra y señor de Irlanda, confiscó la propiedad de las instuticiones de la iglesia católica en el proceso que daría origen a la iglesia anglicana.
Pero lo más extraño y lo que más le había empujado a indagar que había de cierto en todo aquello, no era el resurgir de la mitología del lugar, sino más bien las enigmáticas respuestas de los franciscanos que aún regentaban aquel inmueble, y que extrañamente seguían siendo en su mayoría británicos. Ejemplo de ello es que cuando les preguntó esto precisamente, le contestaron que esa había sido una catedral construida bajo la dirección de franciscanos británicos y en honor a aquello el Vaticano y la orden franciscana habían decidido que siguiera en manos de aquellos que le habían dado vida, y que así continuaría siendo en el futuro. Pero esta respuesta no le resultaba nada satisfactoria, al igual que las contestaciones a las otras dos incógnitas que ella albergaba y que no eran otras que cual era la identidad de ese supuesto amo de las gárgolas o al menos en que se basaba esa leyenda. Leyenda que ella creía de origen francés, puesto que allí era donde la había oído por primera vez. La otra cuestión que se planteaba era el saber el porque una catedral que había iniciado su construcción a mediados del siglo XVI, por unos frailes venidos de Gales en esa época, y que por lo tanto por pura lógica habría debido ser una construcción de estilo renacentista que era el estilo arquitectónico que se practicaba mayoritariamente en aquella época en la Europa de la que venían, estaba construida, sin embargo, al más puro estilo gótico pero no británico sino francés. Y más concretamente el de una catedral construida en el medievo, como era la Notre-Dame parisina, iniciada en 1163 y cuya finalización no fue lograda hasta 182 años después.
Pues bien, a la primera cuestión le respondieron que era una leyenda que conocían y que se solía dar en las poblaciones donde se construían catedrales ornamentadas con gárgolas. Leyenda que probablemente se remontase a la Edad Media, a la época en la que se comenzaron a construir estos santos lugares. Pero que más allá de esto, no sabían nada sobre ese asunto. En cuanto a la segunda incógnita no tenía otro motivo que el hecho de que el prior, o guardián que era como le llamaban y aún llaman los franciscanos a su superior jerárquico en la orden, en aquella época era descendiente directo del arquitecto que inició la Notre-Dame de París, y por esa razón quiso que esta fuera del mismo estilo arquitectónico que la iniciada por su antepasado. Puesto que aquel ilustre ancestro era el que había promovido el gusto por el conocimiento del arte y oficio de la arquitectura en su familia, y sobretodo por ese estilo en concreto, pues era el propio de su época. Así que al llegar la orden a aquellas lejanas tierras de la India, ninguno de los monjes tuvo ninguna duda en cuanto a que la nueva catedral sería a imagen y semejanza de su antecesora parisina. Por si fuera poco fue el propio guardián de la orden, un tal Sócrates García La Fayette, el que dibujó los planos de aquel edificio religioso situado en el noreste indio, además de ser el director de la obras los primeros treinta años de los setenta que se tardó en edificarla.
Estaba Spring ensimismada en aquellos pensamientos, cuando vio algo que por mucho que de mil y una maneras los lugareños le habían estado contando, ni en su mayor delirio habría imaginado. Las gárgolas empezaron a moverse, primero vagamente sus alas aquellas que las tenían, los brazos aquellas que no. Pero después mientras los que estaban desprovistos de alas aprovechaban la densa niebla, que había aparecido de la nada, para deslizarse entre las sombras, los alados sobrevolaban en silencio la catedral como si se cuidasen de que estos no cayeran en su descenso desde las alturas o no fuesen vistos. Una vez las gárgolas imposibilitadas para el vuelo estuvieron en el suelo, todas iniciaron su marcha en la misma dirección.
Dada la espesura de la niebla, no habría podido ver a donde se dirigían, de no haber heredado la prodigiosa vista de su madre.
De pronto cuando llegaron a la altura del portal donde ella estaba cobijada, se pararon y pese a la espesa niebla que dificultaba la visión y a los diez metros de distancia que los separaban, se quedaron contemplándola como si no les sorprendiera que ella estuviera allí. Y mientras observaban en dirección a donde Spring se encontraba, con tal claridad como la de un soleado día de verano en las tierras de mi Andalucía natal, comenzaron a susurrar extraños sonidos. Y esa sonoridad se asemejaba al rumor de las palabras, si es que no eran verdaderamente palabras, palabras en diferentes idiomas. Algunos que conocía como el gaélico, el español, el inglés, el chino, o el francés, otros desconocidos como el hindi, el latín, el griego antiguo, el árabe o el hebreo. Así cada una parecía hablar un idioma diferente y sin embargo hablaban una sola lengua, o quizás era al contrario.
-La otra alternativa; le pareció entender en aquellas lenguas que dominaba.
Dicho esto, siguieron su camino hacia un callejón cercano a la catedral, entonces Spring, al haber comprobado que las gárgolas no parecían tener intención de hacerle nada, sin temor alguno y sin dudarlo ni un momento, decidió salir a la “luz”. Sin poder evitar en cualquier caso sentirse recelosa y extrañada por el comportamiento de esas criaturas al verla, y las palabras que le había parecido escuchar. Así que resuelta a encontrarle algún sentido a esa impensable situación, las siguió hasta aquel lugar, y allí pudo ver como todas ellas miraban hacia un mismo punto sumido en la oscuridad.
Al ir acercándose pudo ver a un individuo que sostenía un gran bastón tallado con diversos motivos que no alcanzaba a vislumbrar con claridad, al igual que tampoco podía atisbar el rostro de aquel que de idéntica manera que los poderosos hechiceros de esos cuentos de los cuales su infancia había estado plagada sostenía una vara.
-¡No es posible! ¡El amo de las gárgolas!; pensó mientras se les acercaba avanzando cobijada por las sombras y tinieblas de una noche sin luna.
Las gárgolas, como si pudieran haber escuchado aquel pensamiento, se giraron y comenzaron a aproximarse a ella, sin prisa alguna ni tampoco pausa.

Espero que os haya gustado este el antepenúltimo fragmento que publicaré aquí en este blog y ya sabéis que si queréis conocer lo que le sucede después a Spring o que le acontece a su madre Kate, podéis encontrar todas estás respuestas en mi novela Tres Mujeres en un mundo cambiante, Volumen I, a la venta en amazon.es

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