jueves, 20 de agosto de 2020

Joyas literarias LXXXIV

Incluyo ahora un penúltimo  fragmento de la novela La máquina del tiempo de uno de los padres de la ciencia ficción, H.G. Wells, que para mi es uno de los cuatro grandes escritores del siglo XIX:


"Era el momento de encender una cerilla. Pero para ello tuve que dejar a Weena en el suelo. Así lo hice, y mientras registraba mi bolsillo, se inició una lucha en la obscuridad cerca de mis rodillas, completamente silenciosa por parte de ella y con los mismos peculiares sonidos arrulladores por parte de los Morlocks. Unas suaves manitas se deslizaban también sobre mi chaqueta y mi espalda, incluso mi cuello. Entonces rasqué y encendí la cerilla. La levanté flameante, y vi las blancas espaldas de los Morlocks que huían entre los árboles. Cogí presuroso un trozo de alcanfor de mi bolsillo, Y me preparé a encenderlo tan pronto como la cerilla se apagase. Luego examiné a Weena.

Yacía en tierra, agarrada a mis pies, completamente inanimada, de bruces sobre el suelo. Con un terror repentino me incliné hacia ella. Parecía respirar apenas. Encendí el trozo de alcanfor y, lo puse sobre el suelo; y mientras estallaba y llameaba, alejando los Morlocks y las sombras, me arrodillé y la incorporé. ¡El bosque, a mi espalda, parecía lleno de la agitación y del murmullo de una gran multitud!

Weena parecía estar desmayada. La coloqué con sumo cuidado sobre mi hombro y me levanté para caminar; y entonces se me apareció la horrible realidad. Al maniobrar con mis cerillas y con Weena, había yo dado varias vueltas sobre mí mismo, y ahora no tenía ni la más ligera idea de la dirección en que estaba mi camino. Todo lo que pude saber es que debía hallarme de cara al Palacio de Porcelana Verde. Sentí un sudor frío por mi cuerpo. Era preciso pensar rápidamente qué debía hacer. Decidí encender un fuego y acampar donde estábamos. Apoyé a Weena, todavía inanimada, sobre un tronco cubierto de musgo, y a toda prisa, cuando mi primer trozo de alcanfor iba a apagarse, empecé a amontonar ramas y hojas. Aquí y allá en las tinieblas, a mi alrededor, los ojos de los Morlocks brillaban como carbunclos.

El alcanfor vaciló y se extinguió. Encendí una cerilla, y mientras lo hacía, dos formas blancas que se habían acercado a Weena, huyeron apresuradamente. Una de ellas quedó tan cegada por la luz que vino en derechura hacia mí, y sentí sus huesos partirse bajo mi violento puñetazo.

Lanzó un grito de espanto, se tambaleó un momento y se desplomó. Encendí otro trozo de alcanfor y seguí acumulando la leña de mi hoguera. Pronto noté lo seco que estaba el follaje encima de mí, pues desde mi llegada en la Máquina del Tiempo, una semana antes, no había llovido. Por eso, en lugar de buscar entre los árboles caídos, empecé a alcanzar y a partir ramas. Conseguí en seguida un fuego sofocante de leña verde y de ramas secas, y pude economizar mi alcanfor. Entonces volví donde Weena yacía junto a mi maza de hierro. Intenté todo cuanto pude para reanimarla, pero estaba como muerta.

No logré siquiera comprobar si respiraba o no.


[...]


Sin embargo, de vez en cuando uno de ellos venía

directamente hacia mí, causándome un estremecimiento de horror que hacía que le rehuyese con toda premura. En un momento dado las llamas bajaron algo, y temí que aquellos inmundos seres consiguieran pronto verme. Pensé incluso entablar la lucha matando a algunos de ellos antes de que sucediese aquello; pero el fuego volvió a brillar voraz, y contuve mi mano. Me paseé alrededor de la colina entre ellos, rehuyéndolos, buscando alguna huella de Weena. Pero Weena había desaparecido."


Continuará...

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