
"Si alguna vez os encontráis paseando por un lugar al norte de la India de cuyo nombre no quiero acordarme y os aproximáis a la minúscula villa de Ihdnag, si en el bosque que al noroeste de esta se encuentra os adentráis, un lugar de obligado respeto hallaréis. Si la fortuna os sonríe, claro está, pues no es fácil toparse con aquel oculto paraje, podréis ver un montículo cuya altura no será superior a los dos metros. Os propongo que os coloquéis en un punto concreto del sureste del mismo, fácilmente reconocible porque allí veréis un olivo, un árbol tan profundamente arraigado a la cultura mediterránea, en la que lo ha sido todo desde los lejanos tiempos en los que Atenea plantó el primero en la que luego sería su ciudad más amada y que sería y es conocida por su nombre, que no es otra que la ciudad de Atenas. Pero os advierto de que este olivo, junto al que os deberéis posicionar, según dice la leyenda jamás fue plantado por hombre, animal o elemento alguno, sino que empezó a crecer allí de forma espontánea en el momento en que ahí encontró su ultima morada aquella a la que el mundo en el que vivimos le debe la existencia. Al menos tal y como lo conocemos, tan caótico, tan miserable en ocasiones, y con un brillo de esperanza que nos da fuerzas para seguir adelante en nuestro efímero paso por este en otras.
Aquel olivo deberá además estar poblado en algunas de sus ramas de muérdago el símbolo de los antiguos druidas celtas y germanos. Si encontráis un árbol con esa especial simbiosis, frente a un montículo en el interior de una selva al noroeste de una ciudad que no aparece en los mapas del subcontinente indio, y queréis saber los secretos que esa minúscula montañita encierra, os sugiero que palpéis la aparentemente natural aglomeración de piedra y musgo a la altura de la cintura, lo que vienen a ser unos 92,5 centímetros o 36,42 pulgadas. Que la palpéis hasta que notéis que al presionar esta cede, cuando esto suceda apoyad las dos manos y empujad con más fuerza, notaréis entonces como el suelo que hay bajo vuestros pies cederá repentinamente. Pero no os preocupéis porque la caída no es mucha y el suelo está recubierto de musgo entre otros tipos diferentes de vegetación que suavizaran el descenso. A dos pasos del lugar por donde bajasteis encontraréis una lapida donde podréis leer el siguiente epitafio: “Aquí yace Spring Natalie Holmes, aquella a la que el mundo tanto debe y sin embargo desconoce. 1900-1975”

Aquí concluye Spring contempla el mundo que se muestra ante ti, segundo libro de la saga Tres mujeres en un mundo cambiante. Pero aún no está todo contado de estas tres mujeres que en realidad son cinco, al igual que los tres mosqueteros eran cuatro y no tres, quedan en el tintero bastantes cosas por narrar. Y que deberán ser contadas, pero nunca antes de los restantes cuatro libros que completan esta saga, pues será ahí donde todos los enigmas que quedan por resolver, y algunos nuevos que surgirán, hallaran su contestación. Hasta entonces esta humilde pluma os emplaza."
Espero que este fragmento que publico aquí en mi blog de Tres mujeres en un mundo cambiante, halla sido de vuestro agrado y ya sabéis que si queréis saber más sobre lo que les sucede a esas tres mujeres que en realidad son cinco podréis encontrar todas las respuestas en la novela a la venta desde hace bastante tiempo ya en amazon.es
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